ℭ𝔞𝔭𝔦́𝔱𝔲𝔩𝔬 39

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Irlandés.

𓏲      ˖        .     ˖ ࣪⭑      ˖ ٬     ุ๋

Angeline.

Paso el trapo sobre uno de los estantes que se encuentra lleno de libros. Es increíble que hace dos días fue cuando limpié esta zona y ahora venga a encontrármela con polvo.

Creí que estos últimos dos días se me harían más fáciles. Se supone que como ya había limpiado algunas cosas el día anterior ahora limpiaría menos, pero los señores de la Interpol me la ponen difícil.

La nariz no deja de picarme y los ojos no paran de llorarme como si tuviera una gripa, pero claramente es mi alergia hacia el maldito polvo.

Hacer quehacer me tiene mal.

La puerta de la habitación se abre y aparece Amelia.

—¡Aquí estas! —exclama—. Te busque por todo el piso.

—No he acabado.

—Te ves mal —dice—. Toma tu medicamento para la alergia.

—Me he olvidado de comprarlo —le digo—. No importa, dime qué pasa.

—Ya he acabado con los quehaceres y Paty prácticamente me dijo que me fuera —se ríe—. Te espero abajo para irnos juntas.

—No, mejor ve a hacer tus cosas —mete la mano a su bolso y saca un rollo de papel de baño—. Termino y te alcanzo.

Tomo un poco de papel y me limpio la nariz. «Odio que me de alergia».

—¿Segura? —asiento—. Bien, entonces te veo en el departamento.

Me entrega el rollo de papel y se va. Regreso a mi trabajo y luego de un par de pasadas más siento que he terminado con el estante. Miro la habitación y me doy cuenta que me falta limpiar un mueble que está frente a la puerta. En las puertas inferiores se nota qué hay algo de polvo, así que me pongo de rodillas y empiezo a limpiar aquel lugar.

Esta es una de las habitaciones que toman como bodega. Hay libros de todo tipo y escritorios vacíos, pero Paty fue muy clara al indicar que las habitaciones y oficinas deben estar limpias o de lo contrario me despedirían.

Entro un poco más al mueble y tengo que estirarme para alcanzar a limpiar la última esquina. «Llegando me daré la ducha más larga de todas».

Escucho la puerta abrirse y luego la presencia de alguien entrar.

—Te dije que te fueras, estoy a punto de acabar —le digo a Amelia saliendo de aquel espacio.

Para cuando me doy la vuelta me quedo atónita al ver que no se trata de la rubia, sino de un hombre alto, de cabellos rubios y barba de aproximadamente cuatro días.

—Lo siento —habla.

Su voz es varonil y ronca.

—Pase —me pongo de pie y me sacudo el uniforme—. Creí que era una amiga, lo siento.

Sus ojos azules se posan sobre mí y una media sonrisa se le forma en el rostro.

Debo admitir que es un hombre muy atractivo.

—No te preocupes, solo vengo a buscar un libro —pasa por mi lado y empieza a buscar en la estantería—. Eres de las nuevas, ¿cierto?.

—Si —asiento.

LETAL . #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora