El comedor está muerto. Las cocineras cotillean animadamente mientras los zombis pasean sus bandejas esperando para poder meter algo en su revuelto estómago. Los alumnos se balancean vencidos, ni siquiera sé cómo han podido abrir los ojos.
En mi mesa, Natalia duerme tranquilamente sobre su brazo mientras que Gabriel casi no puede levantar la cuchara del vaso de leche. Las galletas humedecidas y blandas deben de pesar mucho para él. No saben que ayer no estuve en la habitación, llegué mucho antes de que Natalia se tirara en la cama. Cuando llego a la mesa puedo ver la pequeña baba que sale de la boca de Natalia, debe de tener una resaca de caballo.
—¿Qué tal anoche? — digo intentando no levantar la voz.
—El mejor Halloween de mi vida. Casi ni recuerdo como perdí el disfraz. —Gabriel está afónico.
Le sonrío y comienzo a comer.
No he dormido mucho pero mi desvelo me ha servido para algo. No debo decir nada, una mentira piadosa. Estamos rodeados de ellas, en los anuncios, en nuestros conocidos, nuestros políticos… ¿Por qué no añadir una más? Además, en la ignorancia se vive más feliz, es el pequeño paraíso, y para mí las segundas oportunidades son sólo para un pequeño grupo de personas.
—Buenos días —susurra Natalia cuando alza la cabeza y limpia su baba. Claramente sigue borracha.
—¿Qué tal? —le pregunto con sorna.
—Deberías de haber venido, todo el mundo bailando, gritando, alcohol… Y sí, sé que te come la curiosidad y te voy a decir que estuve con él —dice y suelta una risita haciéndose la interesante de nuevo. Como le gusta la atención a esta chica.
—¿A ti tampoco te ha dicho quién es? —me pregunta Gabriel.
—Podrías decirnos quién es —insinúo.
—No, no, es un secreto. —Se lleva los dedos a los labios y se los cierra.
—Somos tus amigos, somos de confianza —insiste Gabriel.
Natalia niega con la cabeza y ésta vuelve a caer en la mesa. Nunca la había visto así.
Las letras dejan de tener de sentido para mí cada tres líneas, he leído esta página cinco veces. Mi mente está nublada y el cansancio me impide salir por la ciudad. Los sofás del salón son bastante cómodos y la manta abriga bastante. El sueño me aborda pero me impiden dejar a mi mente que viaje sola durante un rato.
—¿Qué tal? —pregunta Aleix que está inclinado encima de mí.
—Intentando dormir —susurro y vuelvo a cerrarlos ojos.
Noto como el libro deja de hacer presión en mi regazo. El sillón cruje ante su peso y todo vuelve a quedar en silencio. Ni siquiera escucho el tic-tac del segundero que me ha acompañado tantas veces, no escucho ningún resquicio de su respiración o la mía. El calor vuelve a adormecerme. Mi mente se relaja y comienza a colar recuerdos que habían sido bloqueados por un muro pero solo uno llama mi atención.
Esto ocurrió hace cinco años, en las Navidades de mis once.
Aura y yo volvíamos de unas pequeñas compras. Nuestros brazos estaban llenos de bolsas. Turrón, mazapanes, polvorones, chocolate, nata, frutos secos. Sólo faltaba el roscón de reyes pero eso lo íbamos a comprar en unos días, cuando el seis de enero quedara más cerca. Aquella noche celebrábamos noche buena, una cena familiar con regalos, conversaciones, risas y recuerdos.
Cada paso era más feliz que el anterior, cada paso estaba aún más lleno de ilusión que el que habíamos dado hace segundos. Sólo con once años todo eran luces, guirnaldas, bolas, estrellas, ángeles y lo peor que te podía ocurrir era que la ropa que te regalaban te quedara una talla más pequeña o que no lograras ver a Papá Noel por mucho que esperases para verlo delante de las galletas y el vaso de leche.
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Bandas.
Teen FictionLa vida de Lina Méndez cambió cuando aquel tarro se encontró en su camino. Tras ser matriculada en un internado Lina conocerá a un particular grupo de chicos que conseguirán que poco a poco se integre en el contrabando y en la vida de las bandas ur...