Capítulo XLVIII.

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Gabriel se acerca a nosotros sin vacilar. Sus movimientos son tranquilos y gráciles pero de alguna forma contenidos. Algo no va bien. Parece cansado pero un rastro de ira recorre sus ojos. Su pelo está despeinado, como si se hubiera pasado las manos una y otra vez por él y una gota de sudor se desliza desde su flequillo hasta la barbilla. Tardo en darme cuenta de que está lleno de sangre. Parpadeo un par de veces al verlo y contengo las lágrimas.

—Aléjate de ella —dice con tranquilidad.

El chico no se mueve, únicamente lo mira, lo analiza como estaba haciendo conmigo hace unos minutos. No parece asustado aunque Gabriel lo observe con su horrorosa tranquilidad impregnada de ira.

—¿Y qué pasa si no lo hago? —pregunta con una sonrisa en los labios.

En un movimiento grácil y rápido Gabriel saca la pistola de la parte trasera de sus pantalones dispara. Me echo hacia un lado esquivando la bala. Una parte de mí me dice que no me va a dar, pero el miedo me obliga a hacerlo. Un grito resuena a mi izquierda. Levanto la cabeza para ver al chico tirado en el suelo mientras se mece intentando calmar el dolor, igual que hacía yo cuando él y sus amigos me pegaban. Siento la ira correr por mis venas. Se ha aprovechado dos veces de mí y no habrá una tercera.

Gabriel me observa mientras me levanto pero no le doy tiempo a reaccionar cuando me lanzo encima del chico. Comienzo a golpearle desahogándome sobre su piel mientras Gabriel me grita. Estoy tan ofuscada que no le escucho, no quiero escucharle, quiero acabar con eso. Cuatro años llevo atormentada por aquel suceso, cuatro años de pesadillas y miedos.

—Lina, Lina, tenemos que ir a ver a Aleix —dice Gabriel mientras intenta agarrarme.

Al escuchar su nombre la intensidad de los golpes disminuye pero no me detengo. Él ha dejado de moverse, pero da igual. Él debe pagar toda la mierda que me hizo. La sangre se acumula a nuestro alrededor, tampoco eso me detiene. Siento los nudillos empapados y los músculos de su cara han dejado de tensarse en cada golpe. Estoy desquiciada, cada vez que rememoro la noche tengo más ganas de pegarle.

Gabriel me detiene e inmoviliza mis brazos a mi espalda. Lucho, lucho por mi venganza. Mi venganza por cada lágrima, cada sollozo, cada sesión, cada burla, cada golpe, cada discusión. Si ellos no me hubieran hecho eso yo sería una persona libre, no cargaría con este peso a la espalda que me impide volar. Si ellos no me hubieran hecho eso no hubiera conocido a la psicóloga, ni a su hijo, tampoco hubiera envidiado a Aura por su valentía. No hubiera conocido la desdicha y mi debilidad. No hubiera robado ese tarro. No hubiera conocido a Aleix.

—...tu novio —escucho de fondo cuando vuelvo en mí.

—¿Qué has dicho? —le pregunto en voz baja cuando dejo de luchar.

El cuerpo de Jaime —así creo que se llamaba— está tendido en el suelo, lleno de sangre y de marcas en la cara. Mis uñas acaban de hacer esas marcas. No se mueve pero su pecho asciende y desciende con dificultad, algo que me alivia en cierto modo. No está muerto pero tiene un tiro muy feo en el hombro. Creo que se ha desmayado del dolor cuando me he apoyado en él para pegarle más fuerte.

—Lina, tenemos que ir a ver a Aleix.

Estoy mareada, coloco una mano en mi cabeza intentando estabilizarla. No tiene mucho éxito. Gabriel me levanta a duras penas y, de repente, me acuerdo de algo. Me separo de él y salgo por la puerta que ha entrado. Afuera hay un coche, una furgoneta, más bien. Corro hasta la puerta de atrás y miro por el cristal. No hay nada, sólo un montón de sangre.

—¡¿Dónde está?! —grito mirando a mi alrededor. Todo está oscuro, todo da vueltas.

—Lina, tranquila. —Gabriel me agarra de los hombros y me apoya en la furgoneta—. Se la han llevado al hospital más cercano, ¿me oyes? Ahora sólo tienes que preocuparte por Aleix.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora