Capítulo XLIV.

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La bufanda se ajusta a mi cuello cuidadosamente y me abrazo a mí misma cuando paso por delante de unos escaparates. Estoy helada y no me encuentro muy bien, espero que la pastilla que me he tomado antes de salir me ayude en algo. Tengo tres paquetes de pañuelos repartidos por la chaqueta y el bolso. Tengo la nariz taponada y los ojos rojos.

Mi madre por poco no me deja salir por poco a la calle. Cuando me levanté estaba aún peor que cuando me acosté y casi no pude ni levantarme. La habitación daba vueltas y vueltas y me sentía como si estuviera en una jodida montaña rusa. El dolor de cabeza era intenso, como si me estuvieran metiendo miles de aguja por distintos lugares de la cabeza. El pijama gordito estaba encima de la cama y tuve que obligarme a no mirarlo para no tener tentaciones. En el piso de abajo me esperaba una taza de chocolate, Toñi me guiña un ojo cuando lo deja delante de mí, al lado de un paracetamol. Le sonreí un poco cuando tocó mi frente.

El tren se para y me fijo que ésta es mi estación. Camino hasta el andén y busco la salida que Anís me indicó en el mensaje. Allí está ella. Se ha vuelto a teñir el pelo de nuevo de rojo, es un color intenso y visible desde lejos. Cuando me ve me sonríe.

—Hey, ¿qué tal?

—Bien, con frío.

Anís frunce un poco el ceño y toca mi frente. Suspira cuando nota la alta temperatura de mi piel. Sus dedos están helados y siento como un escalofrío placentero recorre mi espalda. Necesito una bolsa de hielo para la cabeza, eso sí que me ayudaría.

—Vamos a mi casa, anda —me dice y comienza a caminar. La sigo.

—Aleix ha venido a verme —le digo con una sonrisa.

—¿Ah, sí? ¿Te ha ido a reclamar un polvo o qué? —se burla Anís.

Golpeo su hombro y me río. Las luces me deslumbran un poco, estoy muy mareada. Intento concentrarme en mis pasos y autoconvencerme de que estoy bien, de que puedo llegar por lo menos hasta su casa.

—No. No sé cómo encontró a mi madre y le dio un regalo para mí. Después debió de seguirlos hasta casa y cuando salí allí estaba.

Anís me pellizca la mejilla cuando sonrío como una boba. Me avergüenzo de mi cara de novia melosa, pero me alegro de que Anís no se burle o haga algún tipo de comentario.

—¿Y tú qué le regalaste? —Me detengo en medio de la calle y la miro. Anís comienza a reírse pero no detiene su paso. Todo hace que me dé más vueltas la cabeza. Cuando la alcanzo de nuevo le agarro del brazo.

—Acompáñame, por favor —le pido mientras tira de mí.

—Lina, odio las compras de navidad —gruñe.

—No son compras de navidad, solo quiero regalarle un detallito.

Anís se detiene y me mira. Sus ojos verdes me repasan y después se aclara la garganta.

—¿Sabes lo que vas a comprarle? —niego con la cabeza—. Entones no voy. Odio tener que esperar media vida para que los demás decidan.

Lloriqueo mientras me arrastra hasta su casa. La gente nos mira mientras Anís me arrastra por las calles de la ciudad, estamos armando un gran escándalo. Anís termina riéndose aunque se ha pasado todo el camino bufando e insultándome. Nos paramos enfrente de una cancilla blanca y desgastada. Dejo de pelear. Delante de mí hay una casita de un piso con la fachada de color blanco sucio, la pintura de las ventanas están descascarillas y el tejado está cubierto por losas, algunas de ellas están desperdigadas por el suelo. Entramos al recinto vallado, la hierba está amarillenta y hay juguetes de perro desperdigados por todo el césped.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora