Capítulo XXXVIII.

1K 44 0
                                    

No sé cuánto tiempo llevo buscándole. He preguntado a todo el mundo, incluso a gente que no conocía y que no parecía hablar mi idioma. Tampoco he vuelto a ver a Manu aunque he vuelto dos veces a la oscura esquina, tampoco me apetecía encontrarlo. Camino hacia la residencia deseando que esté allí y que no se haya largado del internado. Me siento mal por no haber intervenido, me siento mal por no haberle defendido.

—Hey —me dice uno de los gemelos que camina en dirección contraria.

—Hola. —Ni me detengo para contestarle.

—Tu novio está en el ático.

Mis pies se detienen y me giro para mirarle. La primera sorpresa es que sepa que es mi novio, sé que no sabe que me lo acaba de pedir hace unas horas y sé que hemos estado demasiado próximo estos días pero tampoco sabía que supieran a ciencia cierta que somos pareja.

—¿En el ático? —pregunto algo insegura.

—Sí, en el ático.

Y dicho esto se larga. Me fuerzo para correr hacia el ático mientras pienso qué le voy a decir o si es mejor no soltar ninguna palabra no vaya a ser que la fastidie. Cuando llego a las escaleras la última puerta está abierta, me asomo y le veo sentado en una de las sillas.

—Aleix —susurro.

—Estoy bien. Sólo me ha sacado de mis casillas.

Camino con pies de plomo hasta él y me quedo enhiesta a su lado, sin saber qué hacer. Aleix abre un ojo y me mira expectante. Ninguno de los dos se mueve, ninguno de los dos dice nada.

Cuanto deseo volver al merendero.

Las luces están muy bellas esta noche, tanto las artificiales como las ínfimas naturales que se ven a lo lejos. Su mano se alza y la deja tendida en el aire pidiéndome con los ojos que la coja. Nuestros dedos se entrelazan y tira de mí hasta que termino encima de él. Me acomodo y miro al cielo.

—¿Qué pasó con tu hermano? —le pregunto.

—Nada, Méndez. Esta noche no quiero hablar de ello.

Suspiro y acaricio su cuello sin decir nada más del tema. Aleix parece más tranquilo que en la esquina pero su respiración sigue siendo tensa. Cuando mis dedos rozan su cuello siento el escalofrío que le recorre y, posteriormente, me abraza.

—He dimitido —susurro.

Aleix se ríe con sorna me da una apretón con sus brazos. Bajo la mirada del cielo hasta él, contemplo como se ríe de mí y no sé por qué no me molesta que se ría de mí. Cuando su risa se acalla me mira y me sonríe. Sigue algo borracho.

—No puedes dimitir cuando eres una protegida —me dice como si fuera tonta.

—Ni siquiera era oficialmente una protegida, ¿no? Es decir, tenía que hacer la prueba esa.

Una mano se cuela por mi camiseta y comienza a acariciar mi piel. Me remuevo y me vuelvo acomodar encima de él. Su tacto es suave y atrevido.

—Sí, pero eso solo era para probar tu lealtad.

—Pues al parecer soy un poco cobarde.

Aleix sonríe un poco y besa mi cabeza. Mis ojos comienzan a parpadear por la comodidad y el calor de su cuerpo y poco a poco voy perdiendo el conocimiento mientras veo como las luciérnagas se van distorsionando hasta desaparecer.

—Oh, joder —dice alguien cuando comienzo a salir de la neblina—. Méndez, cariño.

No me muevo, me encuentro tan a gusto que no quiero moverme. Aunque el frío se cuela por mi camiseta no se está del todo incómodo, me imagino que Aleix habrá dejado alguna ventana abierta. Huele a sudor, o tal vez sea yo, no lo sé, pero no me molesta en absoluto, como tampoco me molesta que me llame cariño. Ahora sí que suena muy bien en su boca.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora