Capítulo XXVI.

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Sus palabras no dejan de llenar el coche mientras conduce, se le ve muy ilusionado. No ha dejado de hablar, de contarme cosas, anécdotas. El coche se lo compró tras ganar una apuesta con Manu y con Gabriel, una apuesta muy elevada al parecer. El hombre del concesionario se extrañó que le pagaran el metálico pero a él no le importó, solo quería tener su coche.

Su hermano le había enseñado a conducir hace años y cuando se sacó el carnet fue uno de los mejores días de su vida. He podido ver como su tono cambiaba al hablar de su hermano, sé que lo quería muchísimo.

Nuria y Pablo son sus hermanos. Me ha comentado que los dos son muy parecidos a él excepto que Pablo tiene los ojos azules —igual que los de su madre— y que el pelo de Nuria es el más claro de los tres. Me habla de algunas anécdotas, percibo que en ninguna de ellas menciona a sus padres pero lo dejo pasar. Nunca le he visto más animado que cuando habla de sus hermanos, los adora.

  —Has estado muy callada —comenta cuando nos bajamos del coche.

  —Me gusta escucharte hablar de tus hermanos —digo sin darle importancia.

Abre la puerta de la residencia y, como todo un caballero, me deja pasar a mí primero.

  —¿Por qué? —me pregunta mientras cruzamos el hall.

  —Te brillan los ojos cuando lo haces y no paras de sonreír.

Aleix se me queda mirando mientras subimos por las escaleras, como si pensase en el problema de matemáticas más difícil del mundo. Mi habitación es la primera a la que entramos y solo cojo lo necesario. No quiero que me vean con una maleta gigante, no necesito tantas cosas.

  —¿Y esto? —dice Aleix mientras coge la parte de arriba del pijama.

Estamos en diciembre y no me quiero arriesgar a coger ningún catarro.

De niña no hubo ninguna Nochevieja que pasara en buenas condiciones. No podía salir a jugar a la nieve, no podía preparar pasteles. Me aburría como una ostra en el sofá, envuelta en tres mantas y sin poder mover un dedo.

  —Es mi pijama –digo y se lo quito de las manos.

  —No vas a dormir con eso, Méndez —dice malévolamente divertido.

Es un pijama bastante gordo, se podría utilizar para invernar, es calentito y suave. Me encanta dormir con él. Me lo regalaron hace dos años, justo el día de Nochebuena. Mi tía Sara había venido a pasar unos días a casa por Navidad y era muy dada a hacer regalos. Cuando venía de visita cargaba su coche de productos tontos y poco necesarios y nos los regalaba en cuanto la puerta se abría. Aquel año yo ya estaba enferma, casi muerta. Mi madre siempre me decía que no era para tanto pero para mí sí lo era. Sara me hizo salir de la cama y ponerme el pijama. Me quedaba grande pero era tan esponjoso que en cuanto tuve la oportunidad me tumbé en la cama y me quedé allí todo el día mientras fuera de la casa todo se volvía blanquecino y el ambiente era inundado por los villancicos.

  —Yo voto por esto —dice Aleix sacándome de mis pensamientos.

Miro a ver que ha cogido y me sorprendo cuando lo veo. Era un pijama de mi madre que le robé unos meses antes de correr por Zamora con el dependiente pisándome los talones. Las dos partes que lo constituyen son de color negro con el logo de una banda en el pecho de la camiseta. Las dos partes son más veraniegas —manga corta y pantalón no me cubre ni medio culo— y más llamativas que el pijama que tengo en mis manos.

  —Me voy a helar con eso —cuestiono mientras doblo la camiseta.

  —Nunca dejaré que pase eso.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora