Capítulo XXVII.

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Jorge apareció a la hora acordada con una gran cesta de productos navideños. Turrón, bombones, vino, champagne, polvorones. Toda la mesa estaba preparada y no cabía en mí. Era la primera vez que Jorge venía a una cena verdaderamente familiar. La mesa estaba puesta, los centros de mesa brillaban gracias a las velas y el árbol de Navidad lucía sus mejores galas.

Era de las pocas veces que me ponía un vestido -normalmente me pasaba la cena familiar en pijama y rodeada de pañuelos- y estaba de lo más nerviosa. Había repasado todo mil veces y mi madre y Toñi no paraban de reírse de mí. Aura estaba hablando por teléfono con un chico del instituto que se sentaba con ella en matemáticas y Víctor no paraba de mirarla mal. Tal vez tuviese celos, ahora todo tiene sentido.

Tras una ronda de saludos y presentaciones nos sentamos todos a la mesa, Jorge se sentó a mi lado y cogió mi mano. Me sentía verdaderamente feliz, todo estaba bien aunque yo estaba un poco resfriada. La psicóloga había dicho que estaba progresando solo porque casi había muerto sentándome al lado de su hijo. Además, Aura también estaba feliz y eso me producía una cierta satisfacción.

Mi tía Sara había comenzado a contar sus chistes malos de gatitos. Todos estábamos en silencio aunque casi ninguno le hacíamos caso. Jorge no paraba de lanzarme miraditas y darme pequeños apretones en la rodilla. Tras nuestro encuentro más íntimo Jorge había insistido en volver a repetirlo pero yo no me sentía cómoda, había sido muy extraño.

-Sara, cariño, guarda algunos chistes para el año que viene -dijo mi padre en el segundo plato.

-Oh, David, tú siempre tan aguafiestas -dijo Sara y tomó un trago de vino.

-No soy aguafiestas, solo intento salvar la cena.

Nos reímos aunque Sara se hizo la ofendida. Toñi y ella se levantaron y fueron a por el postre. Era un pastel de nata y bizcocho, mi favorito. Mi madre estaba recogiendo los platos sucios mientras que los demás seguíamos hablando sobre una noticia política. Recuerdo como la risa de Aura se apagó mientras miraba a la puerta.

Todos nos giramos y Toñi no ocultó su desagrado. Su marido llegaba borracho, con la ropa y el pelo desordenados.

-Eh, ¿te pasa algo?

Una profunda voz me saca del pasado. Unos ojos marrones me están mirando desde cerca, más cerca que cuando me había sumergido en el recuerdo. El hombre que está delante de mí se ha dejado barba y puedo percibir un leve olor a alcohol. Además, tiene una cicatriz en la sien derecha y un lunar en el puente de la nariz.

Él también me está observando, sus ojos rodeados de arrugas están entrecerrados. No parece que le agrade, seguramente por haberme encontrado en la cocina de su casa y que ni siquiera le haya contestado. No piensa que soy una ladrona, está claro, pero sé que no me quiere aquí.

-Aleix, ¿tu novia es muda? -grita sin quitarme un ojo de encima.

Escucho los pasos y algunas palabras, todas provenientes de Aleix. No me muevo pero siento que un cuerpo se coloca detrás de mí. Respiro por fin cuando Aleix me da un apretón en la cadera y dejo que mis músculos se relajen.

-No, Julián. Lina no es muda. -Escucho un poco de diversión en esa frase.

-¿Seguro que no le has comido la lengua? Porque desde que me ha visto no ha dicho ni una palabra-dice y pone los brazos en jarras.

Mi cabeza se gira y miro a Aleix. Me siento como una niña pequeña en busca de protección. Julián no da miedo, solo me ha impresionado su expresión y que me recordara tanto a mi tío.

-Papá, por ahora no le he comido nada.

Mis mejillas vuelven a sonrojarse, miro al suelo y espero a que la risa de Julián se calme. Aleix es demasiado libre con sus padres, parece que aunque todo parezca destartalado hay buen rollo dentro del grupo familiar. Borro esa idea de mi cabeza, eso nunca ocurre.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora