El calor es diferente, no es abrasador, no es protector. No hay abrazo por la cintura, no hay beso detrás de la oreja. Siento que el cuerpo que está a mi lado se mueve, que me deja sola en la cama. No me quejo, necesito estar sola durante un rato. Víctor llama a Aura y le dice algo entre susurros. Escucho cómo se van los dos. Los pasos de Aura me recuerdan lo que hizo a noche, aprieto mis párpados.
Víctor me ha aguantado toda la noche. Después de ese silencio absoluto me preguntó qué me pasaba y se lo conté. Le conté mi molestia por el comportamiento de Aura, la conversación con mi madre, la de Aleix, la otra con mi madre. Víctor me detuvo cuando comencé a compararlo todo con Jorge. Cómo se comportaba mi madre, cómo lo hacía yo, Aura... pero me detuvo a tiempo y me recordó por quién estaba colgada. Por un chico que agrede, que me besa en la nuca cada vez que me despierto, que pierde los nervios fácilmente, que me canta canciones...
Me retuerzo en la cama y me enrollo aún más en las sábanas. En el piso de abajo hay alboroto, no quiero bajar. No quiero ver a mi madre, para ser más exactos. No puedo creer que me haya hecho eso. ¡Yo no he hecho nada! Simplemente me dejé llevar en un lugar a donde ella me había enviado, sobreviví en un internado que no hay día en el que no haya una ambulancia aparcada a la puerta. Y entre toda esa guerra, como adolescente y hormonada que soy y estoy, un chico de ojos marrones me enseñó que los grupos no son malos, que Dios es algo difuso y que unas botas no significan nada.
Frunzo el ceño, Aleix no me dijo que quiso decir con lo de Dios. Las sábanas caen cuando me levanto, ni siquiera las recojo, no estoy de humor. Mis pasos suenan furiosos, al igual que mi respiración. La cocina está vacía cuando llego lo que agradezco. Cojo una magdalena y comienzo a quitarle el papel, lo hago despacio y con el oído puesto en la puerta. No oigo nada. Me la como rápidamente y voy al salón, no hay nadie.
El teléfono de casa inalámbrico está en la mesilla de café, me siento en el sofá y después de mirar a mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie lo cojo. Marco el número y me lo llevo a la oreja. No estoy haciendo nada ilegal, pero mi madre está de los nervios y no me gustaría que pensase lo que no es.
—No voy a comprarte nada —dice su voz huraña.
—Que pena, tenía unos vibradores perfectos —le digo.
Anís se ríe en la otra punta de la línea. Detrás de su risa escucho un partido de fútbol transmitido por la tele, también el golpe del cristal contra el cristal, como si estuvieran brindando.
—Tengo mis propios medios, Lina. No me subestimes —dice con una carcajada.
Hablamos un poco de la cena de nochebuena. Anís me cuenta que lo único que hizo anoche fue cenar las sobras de la tarde y jugar con Bestia en el jardín trasero de su casa. Me cuenta que el perro acaba de aprender a dar la patita. Está tan ilusionada que no parece ni ella. Al parecer su padre no apareció por allí y pudo quedarse hasta la hora que quiso fuera con el perro, su madre se había metido en su cuarto y no salió en toda la noche. Cuando me preguntó por mi noche sentí que me había estado quejando por nada, Anís lo había pasado mucho peor. Anís está contenta.
—¿En serio te quitó el móvil? —me pregunta cuando termino de contarle todo.
—Sí, por eso te llamo desde el teléfono de casa.
—Lina, no puedes dejarle —me dice sin esperar a que añada algo más.
—Eh, no voy a dejarle —le digo molesta.
La puerta de la entrada se abre, me asomo por encima del sofá y veo a Víctor cargando con las bolsas. Teo y Lulú entran corriendo, saltando y pidiéndole a Víctor que les dé no sé qué. Ni siquiera me muevo cuando Víctor me mira. Nos sonreímos.
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Bandas.
Teen FictionLa vida de Lina Méndez cambió cuando aquel tarro se encontró en su camino. Tras ser matriculada en un internado Lina conocerá a un particular grupo de chicos que conseguirán que poco a poco se integre en el contrabando y en la vida de las bandas ur...