Capítulo XLIX.

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Para celebrar mis cuatrocientos seguidores ─nunca pensé que pasaría de los cien─ os dejo aquí un nuevo capítulo que espero que disfrutéiis. Siento no subir con mucha frecuencia, pero es que los exámenes casi no me dejan ni respirar.  Y eso, que os guste el capítulo y gracias por esos cuatrocientos follows.

VOTAD, COMENTAD, PLEASE.

Viernes.

El murmullo de mi alrededor ha aumentado desde que he llegado. Son murmullos sordos, murmullos cansados, lejanos, que casi había olvidado. Repaso el dibujito de la mesa otra vez con el dedo, ni siquiera sé que es, pero es medianamente entretenido dibujarlo con el dedo mientras espero. El sonido del plástico contra la madera se arrastra por todas las mesas del lugar, nunca me había parado a pensar en él, tampoco en el sonido que hacen mis zapatillas contra el suelo o el ruido de la cacerola contra el plato. Todo parece nuevo aunque llevo aquí bastante tiempo. Pensaba que conocía todo, pero, al parecer, nunca me había percatado de cosas tan importantes como que el sonido del microondas resuena por toda la sala o que la cocinara siempre suelta tacos cuando se quema.

—Buenos días —dice Natalia y se sienta en la mesa.

Incluso ella parece cambiada. El brillo ha disminuido de su cuerpo, ya no es tan cegadora como antes, es más... normal.

—Buenos días.

Natalia comienza a comer mientras los sonidos siguen produciéndose en distintos momentos. Casi parece que hacen un ritmo. El microondas suenas tres segundos antes que el taco, las cacerolas siguen un ritmo continuo mientras los residentes van pasando. Las zapatillas son revoltosas y suenan de vez en cuando, al igual que las puertas.

—Esto sí que no lo echaba de menos —susurra Natalia y mira su magdalena con moho.

—Algún día nos mataran a todos —digo y tiro la magdalena a la papelera más cercana. Por suerte, consigo encestar.

Un par de gomas entran en el salón y el murmullo se hace más lento, casi hasta desaparecer. Allí entran los tres, dos de ellos con sus botas de cuero y sus camisas anchas y viejas. El tercero con deportivas y camisa. Ni siquiera pasan por la barra, simplemente vienen hasta nosotras y se sientan a nuestro lado. Los saludos son vagos y, cuando ya se han realizado, en la mesa se posa el silencio. Una mano se apoya en mi rodilla mientras esperamos a que alguien hable. Sonrío cuando estoy a punto de terminar el dibujo y le beso poco después. Nadie comenta nada.

—Hay que armar alguna —dice Javi. Se ha teñido el pelo de azul marino.

—¿Tan pronto? —pregunta Natalia—. No creo que a nadie le haga mucha gracia.

—Claro que sí —repuso Javi—. Podemos llenar los despachos de globos, quemar exámenes o algo así.

Todos nos quedamos callados, Javi no suele ser tan lanzado para preparar planes. Nos miramos entre nosotros sin decir nada, pero pensando en todo. Lo de los despachos es arriesgado y lo de los exámenes, imposible. Están guardados bajo llave, alejados de la mano de cualquier alumno. Natalia suspira y habla en voz baja.

—Los baños.

—¿Qué? —dice Javi y se acerca a ella.

—Los baños, —repite en un tono más alto—Bea siempre se está quejando de que necesitan una mano de pintura.

Nadie responde directamente. En mi interior hay algo que me dice que no debemos hacer nada, no es la conciencia, esa se calló hace tiempo. Es algo nuevo, algo que hay en mis recuerdos y que se pasea por mi cabeza hablando en susurros. ¿Amarás? ¿Caras? ¿Marras? No, no es nada de eso.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora