Capítulo XLVII.

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Feliz año nuevo, queridos lectores. Aquí os traigo dos capítulos como regalo de navidades. Espero que os guste y que disfrutéis despidiendo este 2015, eso sí, siempre con precaución que el alcohol en cantidades industriales es muy malo.

Y lo dicho, felices fiestas, feliz año, felices todos y viva Satanás.

Y no os olvidéis de dejar algún voto, comentario por aquí y de compartir esta historia para que todos puedan disfrutar de ella en este 2016 que está por llegar.

Muchas gracias por estar ahí y apoyarme en esta historia.



Otra Nochevieja más, otra fiesta, otras doce uvas, otro día de Año Nuevo de resaca. Sus dedos intentan hacer el nudo pero se siente demasiado inquieto para hacerlo. Gruñe y tira la corbata al suelo. Después camina hasta la cama y se sienta en ella. Aquella cama, testigo del peor pecado que había podido cometer. Acaricia las sábanas al igual que había acariciado su cuerpo, ¿por qué tiene él que enfrentarse a esa prueba tan dura? ¿Qué ha hecho para que Dios le castigue con aquella tentación? ¿Es que el diablo no se ha reído bastante de él?

Mira el crucifijo que su padre había puesto allí hace años, cuando él hizo la primera comunión. El Cristo está más triste de lo normal, él también se siente así. En aquella ocasión tuvo que descolgar el Cristo y tirarlo al suelo, aquella figurita lo ata a la vergüenza y a la culpa mientras aquel cuerpo tumbado a su lado lo tentaba y lo llevaba a la cumbre del placer. Todo aquello se destruía cuando el cuerpo se marchaba llevándose todo el calor y debía volver a su cuarto para ver la cruz tirada en el suelo y la cama revuelta. Caía en picado de nuevo. Era una sensación de asfixia el no saber qué hacer, el no conseguir mantener la calma en aquellas situaciones. Se sentía confuso y, a veces, incluso mareado, a punto de vomitar.

Ahora no está mareado, sólo se siente descolgado, como si volara en dirección contraria a todo el mundo. No sabe si cambiar el rumbo o si seguir a ese cuervo travieso. Niega con la cabeza y tapa su cara con las manos. Esta noche volverá a ocurrir, él se emborrachará y le buscará. Después de una pequeña pelea le convencerá y le sacará de allí para devolverle a la cama. Volverá a quitar el crucifijo y el cálido cuerpo de su lado lo observará comprendiendo lo que pasa por su cabeza. No sabe si es así, pero a veces le da la sensación de que lee su mente como un libro abierto, siempre y cuando no construya el muro.

No habrá muro, con él no, se martiriza y gruñe de nuevo. Podía irse con cualquiera de ellas, todas le observaban con ojos coquetos y pestañeos rápidos. ¡Sabe Dios cuantas veces lo ha intentado! Pero todo ello terminaba con una despedida incómoda y la cama hecha. Buscaba el primer bar y se emborrachaba a base de ron para después llegar a casa y maldecir, gritar y quedarse dormido en cualquier sitio de la casa.

El móvil vibra mientras él rememora el último sueño que había tenido. Aquellas imágenes le carcomen por dentro, le hacen sentirse mal pero no consigo mismo, sino con el crucifijo que ve cada despertar. Era un sueño lleno de fantasías magníficas y prohibidas. Se levantó sucio, psicológicamente y físicamente, era la primera vez que tenía un sueño húmedo con alguien.

-¿Qué quieres? -pregunta cuando coloca el teléfono en su oreja.

-¿Te queda mucho? Tenemos que ir a pillar sitio.

-Ahora bajo.

Se levanta y mete el móvil en el bolsillo para después mirar el crucifijo. El Cristo parece negar levemente con la cabeza consciente de lo que va a hacer. Con todo el cuidado del mundo lo descuelga y lo mete en uno de los cajones de la cómoda, entre los calcetines. Se promete que será la última vez, que ese será un propósito de Año Nuevo, desintoxicarse. Sí, porque él es una droga demasiado cara para él y, si sigue consumiéndola, será él el siguiente en ser consumido por la culpa y las llamas del infierno.

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