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Ninguno durmió aquella noche. Ambos estaban ojerosos compartiendo la mesa del comedor mientras los empleados les servían el desayuno.
Adeline había tomado un baño de agua fría y después con la ayuda del servicio le hizo curación a sus heridas. En cuanto a Damon, este había durado media hora en el baño intentando quitarse de la piel la escencia de Anna. Quería borrarla como diera lugar para que no fuera un muro entre Adeline y él. Se sentía sucio, como si sus manos aún estuvieran en su cuerpo.

-¿Qué sucedió con el caballo?-preguntó Adeline de pronto, a mitad de la comida, sin levantar los ojos del plato, como si su paladar estuviera disfrutando del manjar de la fruta.

Damon carraspeó.

-Temo que se ha roto una pata. El señor Korton estuvo revisándola pero será ejecutada esta tarde.

La dama casi se atraganta con la comida después de escuchar su respuesta.

-¿Ejecutada?-puedo jurar que le escupió encima.

-Sí-asintió el hombre-, no puede cumplir con su propósito. Es un caballo de campo, y si ya no puede correr, entonces no sirve.

«¡Es una tontería!» Pensó la dama.

-¿Pero si logra recuperarse es posible que camine otra vez?

Aquello tomó por sorpresa al hombre quien achicó los ojos para enfocarla. Estaban ahí, hablando como si nada malo hubiese ocurrido entre ellos, y eso estaba bien. Demasiado bien.

-Es una posibilidad-asintió-, pero creo que necesitaría algunos cuidados

-Yo podría dárselos-dijo rápidamente ella.

Y su alma dulce volvió a sorprender al hombre.

-Quizas podamos ir después del dasayuno a los establos para ver cómo está la yegua.

Adeline siempre había tenido un corazón puro, hermoso y dulce. Era una flor a mitad de la primavera y se notaba que estaba dando todo de si para que aquello funcionara. Tenía la esperanza de perdonar y salir a flote. Era un barco andando con alta velocidad en medio de la tormenta y ambos sabían que ninguna ola iba a detenerla.

-Me parece perfecto.

Vaya que no había sonrisa más hermosa que la de ella.

-Antes de seguir me gustaría hablar contigo...-dijo ella mirándose dudosa. Abajo de la mesa, su pie se movía rítmicamente mientras el corazón le seguía el compás.

Damos la miró serio.

-Dime.

-Quiero acabar con el pasado-su voz era un susurro.- Te ofrezco una disculpa, con todo el corazón. Era joven, y no es que me justifique, pero tú no te merecías nada de lo que dije o hice.

Sus ojos azules chispeaban con pena. Parecía que de nuevo fuese a llorar, pero Adeline se tragó la ganas porque estaba en proceso de reparar ese corazón dañado.

-Yo también lo lamento-le respondió el. Había una nube en su pecho, oscura como el infierno mismo, que comenzó a desvanecerse como un susurro lejano-. No era mi intención que me vieras en esas condiciones o que escucharas esas palabras salir de mi boca. Sé que has sufrido, pero también yo lo he hecho.

Se miraron con lentitud, como si por primera vez, en esos días que habían estado compartiendo, flotara sinceridad entre sus bocas.

-Solo estaba intentando protegernos.

El hombre soltó una sonrisa amarga.

-Pues vaya forma de hacerlo...-se reprimió las ganas de decirle unas cuantas cosas más, pero no hizo falta que lo hiciera porque ella pudo descifrarlo, eran pensamientos que solían entrar en su mente cuando la madrugada se adueñaba del cielo: quizás, si hubiera escapado con Damon aquella moche, Simón estuviera corriendo en el jardín.

-Sigo arrepintiéndome.

De pronto sintió una mano grande que tomó sus delgados dedos. Era cálida, reconfortante, como siempre.

-El pasado se queda atrás-lo dijo para los dos, aunque sus entrañas se estremecieran con miedo. Ya no había espacio para ese tipo de emociones-. Si seguimos como hemos estado terminaremos hundiéndonos. Considero mejor hacer las pases.

Ella le sonrió devolviéndole la calidez que le había dado.

-De acuerdo.

Y la comida siguió, con lentitud, tanteando terreno, mientras ambos intentaban darlo todo para comenzar de cero.

Cuando acabaron sus platos con comida ambos se levantaron de la mesa con el mismo pie y anduvieron por los jardines buscando los establos.

El aire que rozaba sus pieles era distinto. Tal parecía que eso de gritarse unas cuantas verdades y darse de bruces en el piso con el pasado les había ayudado a entender que no había mejor forma de vivir el presente que dejando ir a los fantasmas que aún se aferraban a sus pies.

Cuando llegaron a la estructura de madera Damon abrió la puerta para ella y después la cerró a sus espaldas. Cuando volteó para seguirle el paso a la mujer con sorpresa la encontró a mitad del camino completamente clavada en el suelo y con la carne helada. Era la representación de una estatua pero para contrastar llevaba las mejillas tan sonrojadas que parecían dos manzanas en primavera.

-¿Qué ocurre?-cuestionó poniéndose a su lado y solo entonces pudo dar con el motivo del asombro de la mujer:

Ahí, detrás de una pared de madera con unos cuantos huecos, Joosy, la doncella de la dama yacia sobre una con las piernas abiertas y el señor Korton entre ellas. Llevaba el vestido levantado hasta la cadera y el corsé lo tenía completamente destapado dándoles una vista completa de los pechos que se movían al compás de las estocadas del hombre fornido que le estaba haciendo poner los ojos en blanco.

Él le estaba callando los gemidos a besos mientras se aferraba a la pared detrás de ellos para tomar más fuerza y profundizar el encuentro con avidez.

La doncella jamás había sentido tanto placer en su vida... Y Adeline no había visto jamás como dos personas tenían relaciones.

Korton bajó la boca hacia uno de los respingados pezones mientras Damon tragaba fuertemente llevando una de sus manos a la cintura de la dama.

Adeline respingo. Sintió el tacto caliente y desenfrenado, aún cuando solo había sido un simple rose. La tocó con tanto deseo reprimido que de la unión de ambos cuerpos comenzó a salir vapor humeante.

-Creo que podemos volver después-dijo Damon bajito para que no los escucharan.

-Supongo que será lo mejor-susurró en respuesta mientras se daba la vuelta para regresar por dónde habían entrado, pero definitivamente aquella fue una pésima idea porque sus ojos azules se encontraron con aquellos iris profundos que una vez habían sido los motivos de todos sus deseos y sus placeres.

Recordó de pronto lo mucho que le gustaba cuando la tocaba, cuando besaba los rincones más húmedos de su carne y rondaba por su alma como si tuviera el título de propiedad en el bolsillo.

Dios... ¿Por qué se estaba mojando?

-Usted primero-dijo él rompiendo la cuerda que mantenía atados a sus ojos.

Adeline pasó primero meneando las caderas sin pensarlo siquiera y Damon le siguió el paso rememorando cómo se hundía en ellas sin piedad.

Esa combinación extraña que en ellos viva, de desearse y temerse le hacía alusión

La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora