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El viaje de regreso a la mansión fue una tortura para ambos

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El viaje de regreso a la mansión fue una tortura para ambos.

Damon pasó echándole aire a la dama buscando que reviviera de aquel oscuro letargo en el que se había sumergido, mientras ella, seguía repitiendo en su mente las palabras del marqués.

Llegando a la mansión la subió a su habitación y mandó a los sirvientes a que trajeran agua fría y paños húmedos. Le colocó un té entre las manos y la ayudó a dar pequeños sorbos mientras le rogaba a Dios que menguara las penas que la invadieron.

Sus manos pálidas temblaban y por sus ojos corrían lágrimas silenciosas que le envenenaron el pecho.

A Damon le entraron ganas de regresar al baile para acabar de una vez por todas con aquel hombre. Fácilmente pudo haber terminado de romperle cada hueso del cuerpo si Adeline no hubiera estado presente. Al fin y al cabo, las ganas de verlo arrastrándose le sobraban.

Casi se dio por vencido, casi cedió a su instinto y se subió al carruaje para dejarlo sin dientes, pero entonces Adeline parpadeó, y se sintió aliviado por verla respirar.

—T-Tú...—intentó musitar.

Damon subió la taza de té a sus labios y la ayudó a que bebiera un sorbo.

—Hazlo lento—susurró mirando el rostro que poco a poco ganó color.

—Tú... ¿por qué dijiste eso?—le preguntó espantada, con el cuerpo tembloroso y la mente confundida.

Damon también temblaba, también tenía miedo.

Los había metido a ambos en un problema enorme, y bien sabía que mañana, todos hablarían del compromiso que había presumido frente a todos los presentes en el baile.

Se puso de pie y se pasó las manos con nerviosismo por el cabello.

No sabía bien lo que le había pasado. Jamás actuaba por impulso, no daba un solo paso sin antes metidar las consecuencias, generalmente no perdía la cabeza de aquella forma, pero todo aquello fue tan poderoso, que pudo más que él.

—¡No supe qué más hacer!—se defendió mirando el rostro perplejo de la dama—. Ese hombre estaba ahí, frente a ti, y yo tenía tantas ganas de protegerte de él, pero... no podía. No era nadie para alejarte de su poder.

Las palabras retumbaron en Adeline como un zumbido lejano. Lo entendía. Si ella no tenía familia era vulnerable ante todos, por eso Damon fingió ser la suya. Era la única manera de darle respaldo, de mantener el suelo acolchonado por si alguien llegaba a hacerla caer.

Las manos aún le temblaban y en su garganta había un nudo tan grande que tuvo que darle otro sorbo al té para poder hablar.

—¿Qué se supone que haremos ahora?—susurró despacito, con la voz vulnerable.

Damon la miró frágil, y ante todas las normas que se había impuesto, caminó hacia ella con paso fuerte y se acomodó a su lado en la cama. Retiró el té de las manos pálidas y la llevó hacia su pecho. Ahí, donde ella pertenecía.

Al carajo su orgullo, el pasado y sus males. Que todo se jodiera, porque se estaba muriendo por abrazarla y tenerla tan cerca del corazón, que ninguna fuerza externa tuviera el poder de hacerle daño.

Comenzó a acariciar su suave cabello dorado y ahogó un suspiro cuando la dama se acomodó contra él.

—Quizás podamos hacerlo...—susurró de pronto el hombre.

Y es que, si ya había comenzado la noche perdiendo la cabeza, ¿qué más da una última locura?

Adeline se aferró con fuerza a su camisa. En otro momento habría levantado la cabeza para ver sus ojos, pero no llevaba nada de ganas de separarse de aquel que era su lugar favorito en el mundo.

—¿Hacer qué?—cuestionó mientras cerraba los ojos para disfrutar del calor de su cercanía. Pronto, todos sus demonios comenzaron a evaporarse, y en su alma se abrió una paz divina.

—Casarnos.

—¿Qué? Es una locura.

Damon tragó grueso. Aquello en verdad que era lo más descabellado que había dicho en su vida, pero si lo pensaban bien, tenía lógica.

—No tienes apellido, Adeline. No hay nadie que te de cobijo ni apoyo. Si vemos las cosas desde el lado realista, ninguna persona en Londres te recibirá bajo su techo con la reputación que cargas— su intención no era herirla. Solo deseaba que entrara en razón, para que comprendiera el contexto completo de su plan—. Tú necesitas un marido, y yo necesito una esposa para que todas aquellas mujeres dejen de atosigarme.

Lo último le sacó una pequeña sonrisa a la dama.

—Yo no seré una buena esposa, Damon—susurró bajito, temiendo que en cualquier momento la soltara.

Él siguió acariciando su cabello mientras pensaba en la respuesta que le daría.

—Solo ocupas el titulo, no el habito. Yo no necesito compartir lecho, ni siquiera te obligaré a abrazarme...

—Me gusta abrazarte.

—... Solo basta que firmes un papel para darte mi apellido. Y entonces, nadie volverá a hacerte daño mientras yo viva.

Ambos se quedaron callados durante un rato.

Era un buen plan, una gran estrategia, y más sabiendo que, después de lo ocurrido esa noche, Phillip no se quedaría con los brazos cruzados.

Adeline lo conocía. Sabía bien de lo que era capaz. No descansaría hasta que sus manos volvieran a torturarla como muchas veces antes lo había hecho.

Se aferró a Damon con todas sus fuerzas y sé sintió indestructible con él.

—Creo que tendré que considerarlo—musitó mientras disfrutaba las caricias en su cabello.

—Hazlo, no hay presión. Mi oferta siempre estará abierta.

Había algo en su voz gruesa, en la plenitud de sus brazos, en la firmeza de su pecho y en la calides de sus manos. Algo con alas de ángel y cuerpo de flor, algo semejante a caminar por la lluvia con la brisa en el rostro y los pies descalzos.
Damon tenía el tipo de paz que volvía primavera aquel invierno que siempre habitaba en su alma.

—¿Puedes quedarte hasta que me duerma?—sus mejillas se coloraron de la vergüenza cuando soltó la pregunta.

—Todas las noches de mi vida.





~•~

Tercer capítulo seguido😉
Voy a actualizarles todo lo que pueda para compensar el tiempo perdido.
¿Les está gustando?

La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora