1830
Tres meses después
¿Alguna vez has sentido esa sensación de tener tanto frío que la manta no te alcanza para calentarte el cuerpo y es imposible detener el castañeo de los dientes?
Justo eso sentía Adeline aquella noche helada, cuando todo Londres estaba regocijado por la llegada del heredero al marquesado.
Llevaba puesto un vestido azul que revelaba un poco del vientre que crecía a paso acelerado, como si un caballo persiguiese al niño para apurarlo en el proceso.
Aveces, cuando bajaba la mano y colocaba la palma en su vientre, podía imaginarse a un bebé pequeñito con el pulgar en la boca y la pancita redonda y regordeta. Solía pensar en eso, concentrarse en él para matar las penas de su amarga vida, esa que poco a poco la mataba con más intensidad, como una soga que se enrolla al cuello y corta la respiración.
Y esa noche no fue la excepción, porque su marido había elaborado una fiesta enorme para celebrar la espera del heredero (porque siempre buscaba pretextos para beber y llenar de desconocidos la mansión). Se había invitado a tantas personas, que Adeline juraba que no había visto nunca a tanta gente reunida. Las mesas se habían llenado de comida, las paredes se habían decorado con hermosas flores, y todas las damas llevaban vestidos elegantes. Pero ella solo se sentía abrumada, triste y cansada.
Todos celebraban sin mirarla a ella, la portadora del niño que esperaban, mientras con desolación la mujer se preguntaba "¿qué pasaría si el bebé terminaba siendo niña?".
Bueno, posiblemente el mundo explotaría.
Navegó por el salón pensando en las mil posibilidades que había de que terminase muerta al final de la noche, anduvo probando los bocadillos porque todos se le antojaban, y oliendo las flores porque su perfume, aveces, la hacía sentir bien.
Vaciló un buen tiempo, hasta que un sirviente se le acercó con una charola de quesos, y al ofrecerle, le dejó caer en la mano un papel bien doblado que recibió con incredulidad y el ceño fruncido.
-¿Qué es...?-no terminó de preguntar porque el hombre se había perdido entre la gente, y ella, que de curiosa lo tenía todo, desdobló lentamente el papel, encontrándose con una letra escrita a la carrera:
"Te espero en tu habitación".
Un nudo se le atascó en la garganta.
Se lo tragó antes de que alguien notase lo pálido de su rostro.
Dio un par de vueltas por el salón con el papel arrugado en la mano a sabiendas de lo que le esperaba, y finalmente, al saberse rendida, subió las escaleras cuidando que sus pasos no fueran sospechosos, y navegó el largo pasillo hasta que llegó a su alcoba, esa, donde no fue sorpresa encontrarse la figura gruesa de un hombre que yacía en el sillón con las piernas cruzadas y los brazos en jarras, imponente como ninguno, porque solo Damon podía provocarle ese grado de nerviosismo.
-Cierra la puerta-Le ordenó, y ella obedeció.
Su voz estaba seca, como jamás lo había estado, y eso solo la hizo temblar más.
Atascó los pies en la entrada, reacia a dar un solo paso en el interior.Sabía lo que venía.
Miró como Damon se levantaba, haciendo claro honor a su nombre. Caminó con paso lento hacia ella, como un cazador que tantea el terreno para evitar asustar al cordero.
ESTÁS LEYENDO
La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico
Historical FictionCulpo a la noche de todos mis pecados, por apagar la luz que iluminaba mi conciencia y encender la llama que brotaba de mi cuerpo pidiéndome que la tomara, la besara, la sedujera de la manera más embriagante, la enamorara de la forma más sublime, y...