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Un joven descalzo vagaba por la calle de una ciudad que estaba demasiado ahogada en su superficialidad como para preocuparse por la miseria ajena. Llevaba la ropa roída y manchada de tierra. El cabello lo tenía sucio y en su piel se contaban tres capas de mugre.

Los talones le dolían de tanto trabajar. Había estado en el campo todo el día, y el poco dinero que ganó le fue robado cuando dio vuelta en una mala esquina.

Tenía hambre, podía escuchar como su estomago se quejaba y el cuerpo le comenzaba a temblar, suplicándole que acabara con aquel lamento.

No acostumbraba a robar, lo tenía en su lista negra, pero en aquel momento la desesperación pudo más que él. Entró a la primera casa ostentosa que se le cruzó enfrente. Se escabulló en el jardín para no ser visto, perdiéndose entre los arbustos y la hiedra. Después de correr unos cuantos metros logró darle la vuelta a la propiedad.

Los ojos se le abrieron enormes cuando encontró la entrada del servicio. Adentro habían mujeres cocinando y lavando ropa, conversando entre ellas, como una rutina que tenían bien adherida a la piel. Pudo divisar pan en una enorme mesa. Parecía recién salido del horno porque de él aún salía vapor. Eran bollos grandes, exquisitos, y de pronto, se halló con la boca húmeda, hambrienta por probar uno.

Era fácil, solo tenía que correr, tomarlo y salir. Huir tan rápido que ninguna de esas mujeres tuviera la capacidad de seguirle los pasos y perderse entre los arbustos con la recompensa en el estómago.

Tragó grueso, prometiéndole a su cuerpo que el hambre se acabaría, y antes de ser consciente de lo que hacía, salió corriendo a la propiedad. Entró por la puerta como una bala, escuchando gritos femeninos y quejas que no tardaron en inundar sus sentidos. Hizo oídos sordos mientras se hacia de un bollo, y con él, aun caliente en su mano, salió corriendo como si la vida dependiera de ello.

Fue consciente de dos cosas en aquella fatídica huida: primero, el pasto hizo cosquillas en sus pies descalzos, y después, unas fuertes manos mdetuvieron su cuerpo delgado, arrastrándolo consigo para que le fuera posible ver su rostro de delincuente.

El joven tembló mientras veía a un hombre frente a él, con la cara roja y los ojos hirviendo. Tragó grueso mientras cerraba los ojos, esperando el regaño que le vendría encima. Probablemente lo apedrearían y golpearían hasta que su cuerpo dejara de moverse.

No era nada nuevo, ya se lo habían hecho un par de veces antes.

El hombre lo arrastró del brazo hacia el interior de la casa, parecía que le arrancaría la extremidad. Era fuerte, vestía ropa elegante y definitivamente lucía fornido.

La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora