1835
Los dedos gruesos de Damon jugueteaban nerviosamente con un broche azul.
Llevaba la mirada fría, recta, con los labios aplastados y los ojos perdidos; perdidos en la cabellera rubia de la dama que yacía recostada en la cama con los parpados cerrados y un paño en la frente.
El medico claramente le había dicho que la herida no había sido para tanto y que el desmayo seguramente venia causado por el miedo que la dama le tenía al agua.
Se relamió el labio inferior con sequedad y lentamente se levantó del asiento que le había hecho compañía durante un par de horas. Colocó los pies frente a la cama de madera, tomó con lentitud uno de los pilares y la admiró con más intensidad mientras notaba como su cuerpo despertaba del letargo en el que la había hundido el accidente. El paño resbaló por un costado cuando Adeline se sentó de golpe en la cama. Estaba confundida, todo le daba vueltas. Llevaba un nudo en la garganta y un dolor punzante en la cabeza que la obligó a volver a recostarse.
-¿Cómo...?-intentó hablar pero le quemaba el pecho como si en él ardiera una chimenea.
-El señor Korton te sacó del agua-la voz ronca de Damon inundó de pronto la habitación. Fue como si saliera de la recta boca, rebotara en las paredes y golpeara en los oídos de la dama.
-Yo...-se aclaró la voz-, creí que llegarías mañana.
Cerró los ojos al terminar la oración. A su alrededor el mundo giraba.
-Tuve la suerte de llegar antes.
Damon tenía la voz seca, sin expresión alguna y sin tan siquiera una sola gota de pena. Adeline escuchó las botas del hombre andando hacia un costado de la cama, colocándose a su lado.
-¿En qué cabeza cave cometer tal locura?-volvió a resonar la voz masculina, con los dientes apretados y las manos echas puño-. ¡¿A caso terminaste de enloquecer?!
Era un hombre pulcro y recto, que siempre meditaba antes de actuar, pero justo en ese momento estaba enojado, enfurecido y hecho trizas. Habían sido semanas de muchos sentimientos y emociones, de sucesos caóticos que se acumularon como una bomba en sus entrañas, amenazando cada mañana con explotar y hacer pedazos a quien lo acompañara por la calle.
Era una bomba peligrosa que, esa tarde cuando llegó y encontró al servicio hecho loco, finalmente explotó.
Adeline abrió lentamente los ojos, buscándolo. Intentó enfocarlo, alejar el dolor punzante que le atacaba la cabeza y el sabor amargo que le dejó en la boca su comentario.
-¿Qué has dicho?-susurró lentamente mirando sus ojos verdes, esos serios que parecían hervir en llamas.
Damon apretó la mandíbula y respiró lentamente por la nariz. Había lava en sus venas, un volcán que nacía en su pecho e hizo erupción justo en el segundo en que miró sus ojos heridos.
-Me tienes cansado, Adeline-confesó finalmente.
Y solo la hirió más.
-¿Cansado?-la voz se le convirtió en un susurro cuando lo miró asentir.
-Estoy harto de que siempre seas la víctima. Te veo y noto tus heridas, y solo puedo pensar en sanarte porque...-las palaras se le atascaron en la garganta. Apuñó los ojos. No podía mirarla, no podía enfrentar sus ojos azules-... porque muy a mi pesar todavía te quiero, y siento en mis entrañas la necesidad de cuidarte, pero dime, ¿Quién me cuida a mí de ti? ¿Quién me asegura que no volverás a lastimarme?
Finalmente abrió los ojos y admiró su rostro confundido.
Él no era un hombre se sentimientos, no desde que ella lo dejó. Fue como si matara una parte de su alma, como si tomara sus ganas y las hiciera trizas. Adeline lo destruyó y Damon no creía tener la fortaleza para repararla.
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La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico
Ficción históricaCulpo a la noche de todos mis pecados, por apagar la luz que iluminaba mi conciencia y encender la llama que brotaba de mi cuerpo pidiéndome que la tomara, la besara, la sedujera de la manera más embriagante, la enamorara de la forma más sublime, y...