Capítulo 19

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Al día siguiente, hubo otro acontecimiento en Longbourn. Junho se declaró formalmente. Resolvió hacerlo sin pérdida de tiempo, pues su permiso expiraba el próximo sábado; y como tenía plena confianza en el éxito, emprendió la tarea de modo metódico y con todas las formalidades que consideraba de rigor en tales casos. Poco después del desayuno encontró juntos a la señora Kim, a Seokjin y a uno de los hijos menores, y se dirigió a la madre con estas palabras:

––¿Puedo esperar, señora, dado su interés por su bello hijo Seokjin, que se me conceda el honor de una entrevista privada con él, en el transcurso de esta misma mañana?

Antes de que Seokjin hubiese tenido tiempo de nada más que de ponerse rojo por la sorpresa, la señora Kim contestó instantáneamente:

––¡Oh, querido! ¡No faltaba más! Estoy segura de que Seokjin estará encantado y de que no tendrá ningún inconveniente. Ven, Yohan, te necesito arriba.

Y recogiendo su labor se apresuró a dejarlos solos. Seokjin la llamó diciendo:

––Mamá, querida, no te vayas. Te lo ruego, no te vayas. El señor Junho me disculpará; pero no tiene nada que decirme que no pueda oír todo el mundo. Soy yo el que me voy.

––No, no seas tonto, Jin. Quédate donde estás.

Y al ver que Seokjin, disgustado y violento, estaba a punto de marcharse, añadió: 

––Jin, te ordeno que te quedes y que escuches al señor Junho.

Seokjin no pudo desobedecer semejante mandato. En un momento lo pensó mejor y creyó más sensato acabar con todo aquello lo antes posible en paz y tranquilidad. Se volvió a sentar y trató de disimular con empeño, por un lado, la sensación de malestar, y por otro, lo que le divertía aquel asunto. La señora Kim y Yohan se fueron, y entonces Junho empezó:

––Créame, mi querido joven Seokjin, que su modestia, en vez de perjudicarlo, viene a sumarse a sus otras perfecciones. Me habría parecido usted menos adorable si no hubiese mostrado esa pequeña resistencia. Pero permítame asegurarle que su madre me ha dado licencia para esta entrevista. Ya debe saber cuál es el objeto de mi discurso; aunque su natural delicadeza lo lleve a disimularlo; mis intenciones han quedado demasiado patentes para que puedan inducir a error. Casi en el momento en que pisé esta casa, la elegí a usted para futuro compañero de mi vida. Pero antes de expresar mis sentimientos, quizá sea aconsejable que exponga las razones que tengo para casarme, y por qué vine a Hertfordshire con la idea de buscar un esposo precisamente aquí.

A Seokjin casi le dio la risa al imaginárselo expresando sus sentimientos; y no pudo aprovechar la breve pausa que hizo para evitar que siguiese adelante. Junho continuó:

––Las razones que tengo para casarme son: primero, que la obligación de un clérigo en circunstancias favorables como las mías, es dar ejemplo de matrimonio en su parroquia; segundo, que estoy convencido de que eso contribuirá poderosamente a mi felicidad; y tercero, cosa que tal vez hubiese debido advertir en primer término, que es el particular consejo y recomendación de la nobilísima dama a quien tengo el honor de llamar mi protectora. Por dos veces se ha dignado indicármelo, aun sin habérselo yo insinuado, y el mismo sábado por la noche, antes de que saliese de Hunsford y durante nuestra partida de cuatrillo, mientras la señora Sung arreglaba el silletín de la señorita de Bourgh, me dijo: «Señor Junho, tiene usted que casarse. Un clérigo como usted debe estar casado. Elija usted bien, elija pensando en mí y en usted mismo; procure que sea una persona activa y útil, de educación no muy elevada, pero capaz de sacar buen partido a pequeños ingresos. Éste es mi consejo. Busque usted ese hombre cuanto antes, tráigalo a Hunsford y que yo lo vea.» Permítame, de paso, decirle, hermoso primo, que no estimo como la menor de las ventajas que puedo ofrecerle, el conocer y disfrutar de las bondades de lady Catherine de Bourgh. Sus modales le parecerán muy por encima de cuanto yo pueda describirle, y la viveza e ingenio de usted le parecerán a ella muy aceptables, especialmente cuando se vean moderados por la discreción y el respeto que su alto rango impone inevitablemente. Esto es todo en cuanto a mis propósitos generales en favor del matrimonio; ya no me queda por decir más, que el motivo de que me haya dirigido directamente a Longbourn en vez de buscar en mi propia localidad, donde, le aseguro, hay muchos jóvenes encantadores. Pero es el caso que siendo como soy el heredero de Longbourn a la muerte de su honorable padre, que ojalá viva muchos años, no estaría satisfecho si no eligiese esposo entre sus hijos, para atenuar en todo lo posible la pérdida que sufrirán al sobrevenir tan triste suceso que, como ya le he dicho, deseo que no ocurra hasta dentro de muchos años. Éste ha sido el motivo, hermoso primo, y tengo la esperanza de que no me hará desmerecer en su estima. Y ahora ya no me queda más que expresarle, con las más enfáticas palabras, la fuerza de mi afecto. En lo relativo a su dote, me es en absoluto indiferente, y no he de pedirle a su padre nada que yo sepa que no pueda cumplir; de modo que no tendrá usted que aportar más que las mil libras al cuatro por ciento que le tocarán a la muerte de su madre. Pero no seré exigente y puede usted tener la certeza de que ningún reproche interesado saldrá de mis labios en cuanto estemos casados.

Era absolutamente necesario interrumpirle de inmediato.

––Va usted demasiado de prisa ––exclamó Seokjin––. Olvida que no le he contestado. Déjeme que lo haga sin más rodeos. Le agradezco su atención y el honor que su proposición significa, pero no puedo menos que rechazarla.

––Sé de sobra ––replicó Junho con un grave gesto de su mano–– que entre los jóvenes es muy corriente rechazar las proposiciones del hombre a quien, en el fondo, piensan aceptar, cuando pide su preferencia por primera vez, y que la negativa se repite una segunda o incluso una tercera vez. Por esto no me descorazona en absoluto lo que acaba de decirme, y espero llevarlo al altar dentro de poco.

––¡Caramba, señor! ––exclamó Seokjin––. ¡No sé qué esperanzas le pueden quedar después de mi contestación! Le aseguro que no soy de esos jóvenes, si es que tales jovenes existen, tan temerarios que arriesgan su felicidad al azar de que las soliciten una segunda vez. Mi negativa es muy en serio. No podría hacerme feliz, y estoy convencido de que yo soy el último hombre del mundo que podría hacerle feliz a usted. Es más, si su amiga lady Catherine me conociera, me da la sensación que pensaría que soy, en todos los aspectos, el menos indicado para usted.

––Si fuera cierto que lady Catherine lo pensara... ––dijo Junho con la mayor gravedad–– pero estoy seguro de que Su Señoría lo aprobaría. Y créame que cuando tenga el honor de volver a verla, le hablaré en los términos más encomiásticos de su modestia, de su economía y de sus otras buenas cualidades.

––Por favor, señor Choi, todos los elogios que me haga serán innecesarios. Déjeme juzgar por mí mismo y concédame el honor de creer lo que le digo. Le deseo que consiga ser muy feliz y muy rico, y al rechazar su mano hago todo lo que está a mi alcance para que no sea de otro modo. Al hacerme esta proposición debe estimar satisfecha la delicadeza de sus sentimientos respecto a mi familia, y cuando llegue la hora podrá tomar posesión de la herencia de Longbourn sin ningún cargo de conciencia. Por lo tanto, dejemos este asunto definitivamente zanjado.

Mientras acababa de decir esto, se levantó, y estaba a punto de salir de la sala, cuando Junho le volvió a insistir:

––La próxima vez que tenga el honor de hablarle de este tema de nuevo, espero recibir contestación más favorable que la que me ha dado ahora; aunque estoy lejos de creer que es usted cruel conmigo, pues ya sé que es costumbre incorregible de los jóvenes rechazar a los hombres la primera vez que se declaran, y puede que me haya dicho todo eso sólo para hacer más consistente mi petición como corresponde a la verdadera delicadeza del carácter.

––Realmente, señor Choi ––exclamó Seokjin algo acalorado–– me confunde usted en exceso. Si todo lo que he dicho hasta ahora lo interpreta como un estímulo, no sé de qué modo expresarle mi repulsa para que quede usted completamente convencido.

––Debe dejar que presuma, mi querido primo, que su rechazó ha sido sólo de boquilla. Las razones que tengo para creerlo, son las siguientes: no creo que mi mano no merezca ser aceptada por usted ni que la posición que le ofrezco deje de ser altamente apetecible. Mi situación en la vida, mi relación con la familia de Bourgh y mi parentesco con usted son circunstancias importantes en mi favor. Considere, además, que a pesar de sus muchos atractivos, no es seguro que reciba otra proposición de matrimonio. Su fortuna es tan escasa que anulará, por desgracia, los efectos de su belleza y buenas cualidades. Así pues, como no puedo deducir de todo esto que haya procedido sinceramente al rechazarme, optaré por atribuirlo a su deseo de acrecentar mi amor con el suspense, de acuerdo con la práctica acostumbrada en los jóvenes elegantes.

––Le aseguro a usted, señor, que no me parece nada elegante atormentar a un hombre respetable. Preferiría que me hiciese el cumplido de creerme. Le agradezco una y mil veces el honor que me ha hecho con su proposición, pero me es absolutamente imposible aceptarla. Mis sentimientos, en todos los aspectos, me lo impiden. ¿Se puede hablar más claro? No me considere como a un joven elegante que pretende torturarle, sino como a un ser racional que dice lo que siente de todo corazón.

––¡Es siempre encantador! ––exclamó él con tosca galantería––. No puedo dudar de que mi proposición será aceptada cuando sea sancionada por la autoridad de sus excelentes padres.

Ante tal empeño de engañarse a sí mismo, Seokjin no contestó y se fue al instante sin decir palabra, decidido, en el caso de que Junho persistiese en considerar sus reiteradas negativas como un frívolo sistema de estímulo, a recurrir a su padre, cuyo rechazo sería formulado de tal modo que resultaría inapelable y cuya actitud, al menos, no podría confundirse con la afectación y la coquetería de un joven elegante.

Orgullo y Prejuicio (adaptación - Sujin) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora