O3: Ni héroe, ni caballero

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CAPÍTULO TRES

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CAPÍTULO TRES

Ubicación: Bijlmer, Ámsterdam

—No te haré ningún daño, ¿de acuerdo? Pero necesito que colabores conmigo —él repite firmemente y su intenso acento británico le queda muy bien a sus facciones ásperas. Y, pese a tener el rostro más intimidante que ella ha visto en su corta vida, él se las arregla para no asustarla con su asombrosa mirada bicolor. El agua corre incesantemente tanto por su cabello como por su cara, aunque parece que le importa muy poco si le cae encima todo el aguacero mientras permanece de cuclillas a su lado—. ¿Puedes hacer eso por mí?

Sydney desconoce quién es él, de dónde viene o cómo se llama, pero la determinación y el poder que transmiten su mirada bicolor son imposibles de ignorar. Ella dice «Sí» con un débil asentimiento.

—Bien. Voy a revisar tu herida, ¿me permites?

Sydney asiente con más entusiasmo esta vez.

Solo requiere que vea su herida para que él cambie automáticamente de piel. El toque suave de la mirada que tenía sobre ella se desvanece, y ahora no hay gentileza ni consuelo que disfrace su rostro duro e impasible. Una furia incólume ilumina su ojo escarlata, mientras tantea con sus dedos la herida por su alrededor. La bala ha perforado profundamente mas no salió por el otro extremo, y es peligroso que la hemorragia no haya cesado todavía del todo. La sangre se filtra en la mezclilla del pantalón y se mezcla con las gotas de lluvia, creando un riachuelo color rosa desde su pierna hasta el pavimento.

—Demonios, esto no se ve nada bien. —El calor del cuero negro de sus guantes contrasta con el frío de su cuerpo entumecido. Él voltea hacia la mujer y los hombres reunidos a unos pasos de distancia—. Esto es un desastre.

—Se la dejaremos a Deanna, ella se encargará. Pero hay que irnos rápido antes de que alguien note la nave. —Ahora es la mujer la que cambia de ángulo y revela tanto su larga melena oscura como su expresión desinteresada—. ¿Te mueves o te muevo, Romany?

Sydney ve al británico, Romany, apretar su mandíbula angulosa y agrandar de alguna forma sus anchos hombros. Ella jura, jura que por una fracción de segundo la bala en su pierna ha vibrado.

La sorprende cuando rasga una de las sudaderas que ella trae encima con un cuchillo que definitivamente no tenía en la mano antes. Envuelve con firmeza su herida tras comprobar su apariencia. Le arranca la mochila de la espalda. Él toma nota de su tiritar, de sus labios amoratados, de sus ojos verdes decaídos, y se pone en acción.

Sus manos la toman, pillándola desprevenida con el acto de cargarla. Sydney lloriquea debido al movimiento súbito y brusco, encontrándose en una situación el doble de bizarra. Sin embargo, obedece el acto reflejo de aferrarse a la cazadora del británico con sus manos lesionadas. Se concentra en el cuero suave de su ropa, en eso y no en el frío.

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