19: En el ojo del huracán

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CAPÍTULO DIECINUEVE

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CAPÍTULO DIECINUEVE

Ubicación: desconocida

Romany toma entre sus dedos enguantados el cigarrillo encendido en su boca mientras camina, después de tantos años, a través de los pasillos de una de las fortalezas más importantes para la organización.

—Eh, tú, zoquete —el pelirrojo llama a un vigía al azar con su voz profundamente acentuada por su educación en Manchester—. Dime dónde anda el comandante Blackwell. ¡Rápido!

—El comandante acaba de salir con su aprendiz en una misión.

Las espesas cejas del británico se fruncen.

—¿Desde cuándo a Blackwell le asignan aprendices?

—Desde que una Superior tuvo los cojones de revelarse contra el protocolo de la jefa.

Contemplando la información recién revelada, Romany tararea y considera la posibilidad de aparecerse más seguido para ponerse al día con las novedades que Berenice omite en sus conversaciones. Esa es la desventaja de lo poco explicativa que es su compañera, que nunca transmite absolutamente todas las verdades, a no ser que sea exigido en su totalidad.

—Ya qué... Será en otra ocasión que me entere del chisme. —El pelirrojo le da una profunda calada a su cigarro y el humo serpentea sobre su rostro de severas facciones y marcas de guerra—. Supongo que sí me dirás dónde están Berenice y Chrakova. ¿Cierto?

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—Así que quieres saber dónde estamos, ¿cierto, Hazard?

—Espera, Leon, ¿al fin me lo dirás?

—Fíjate que haré algo mejor que solo decírtelo.

—Eh, sería justicia.

—Silencio, niña.

A regañadientes, Sydney se reserva sus incesantes dudas y se mantiene detrás de él. Leon no voltea a verla pero definitivamente sabe que ella lo está siguiendo.

—¿Llevas tu uniforme listo y completo? —Él rompe el silencio.

—Pantalones de carga. Botas militares. Guantes sin dedos. Camisa de manga corta con un chaleco táctico encima. Todo en negro. ¿Es el uniforme adecuado para ti? —Su voz con ese toque neerlandés baila en el ambiente y el comandante chasquea la lengua—. Ah, te molesta que no me recoja el pelo.

—Si quieres evitar que lo usen en tu contra en medio de una pelea, deberías recogerlo, niña.

Sydney se toca un mechón antes de responder un simple y rotundo: —No.

—Me declaro un fanático de tu expresividad.

—Amaneciste de buen humor. —Lo mira fijamente—. ¿Tiene que ver con que finalmente saldremos de esta prisión?

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