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*Hace dos meses*

Me encontraba sola en mi casa por la noche leyendo La reina roja, estaba tranquila, la lluvia era serena y ligera, planeaba quedarme allí hasta que mis ojos no aguantaran el sueño. Tenía mi taza de café a un lado, uno de mis audífonos puestos, marcadores y lapiceros listos y además unas cuantas galletas. Todo perfecto todo bonito.

Hasta que alguien toco la puerta.

Maldije una y otra vez mentalmente, mientras me ponía de pie para abrir, cuando lo hice observé a un chico mucho más alto que yo, completamente empapado con una sonrisa en su rostro, ojos azules, cabello negro con un corte mullet, un piercing en el labio inferior, ajá era Albert Tate.

Entro como si fuera su casa y se quito la sudadera mojada.

—¿Se puede saber por qué estás en mi casa?

—Hola Hera— esbozó otra gran sonrisa.

—¿Quién eres y cómo sabes donde vivo?— ya sabía quien era pero quería ver que respondía.

—¿No me conoces?— pregunto ofendido.

—Por algo pregunte quién eras.

—Wow... estudio en Lakemoon igual que tú, ya sabes, soy un año mayor pero no comprendo como no puedes saber quien soy... Me llamo Albert, estoy en el equipo de fútbol y...

—Si si si si ya— lo interrumpí.— ahora dime por qué estás aquí.

—Vine por un libro.

—¿A las dos de la madrugada?

—Si.

—Lárgate y cuando lo hagas cierras la puerta.

Camine de nuevo al sofá pero me detuvo del brazo y me jalo contra el quedando a poca distancia mientras me tomaba de la cintura. Su sonrisa pícara nunca desapareció, y eso comenzaba a impacientarme.

—¿Qué puto libro quieres para que te vayas?

—Creo que se llama Todo lo que nunca fuimos.

Omití una pequeña risa apretando los labios.

—No te burles, solo me lo recomendaron y quiero saber si es bueno o no.

—Si claro, ¿por qué no vas a la jodida biblioteca y ya?

—¡Acabo de hacerlo pero no lo tienen! y recordé que alguien me dijo que tú tienes muchos libros, además me paso tu dirección.

—Estas loco.

—Yo no, Oliver si.

—¿Oliver?

—El capitán del equipo, cabello largo, pálido, ceja algo gruesa...

—No lo topo— mentí obviamente.

—¡Eso no importa! ¿si lo tienes?

Me safe de su agarre y subí a mi habitación, me puse frente al librero y comencé a buscar.

—Tómalo— se lo arroje desde la mitad de las escaleras y apoye mi espalda en la pared.—Cuando lo termines lo quiero de vuelta... ah si, no lo pintes, no lo rayes, no lo dobles y ni se te ocurra mojarlo.

—Gracias... ¿tienes tiempo?

—¿Para qué?

—No lo sé, para que me leas los primeros capítulos.

—Definitivamente estás medio malito de la cabeza.

—Solo unos capítulos, quiero escucharte leer.

Sueños profundos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora