El último aliento capítulo 20

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El culpable soy yo

— ¡Annie! ¡Annie! ¡Ayuda! ¡Alguien venga!... — pedía Archie Cornwell a gritos al tiempo que corría hacia el cuerpo de su esposa, quien yacía tirada en el suelo.

George, que en ese momento estaba hablando con Maggie, fue el primero en escuchar el llamado desesperado de Archie.

Con premura, el hombre se dirigió hacia afuera, encontrándose con un cuadro aterrador.

Archibald, arrodillado en el piso, sostenía medio cuerpo de su mujer, quien sangrante, con los ojos cerrados, parecía muerta.

— ¡Válgame el cielo! ¡¿Qué ha pasado?! — Exclamó el hombre tras llegar junto al muchacho.

— ¡Yo no...! ¡Ella se cayó! ¡No lo sé!

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Hospital general de Chicago

— ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? ¿Señor? ¿Me escucha?

— Unos quince minutos doctor — Respondió George ante el silencio de Archie, que pasmado, estaba parado mirando sus brazos y manos manchados con la sangre de Annie.

— ¿Cuánto tiempo tiene de embarazo? — Preguntaba el médico mientras avanzaban con la camilla hacia las salas quirúrgicas.

— Unos siete meses — informó George tras unos segundos, ante la falta de respuesta de Archibald.

Con el movimiento de su mano, una enfermera de ojos grises indicó que ya no podían seguir avanzando, por lo que, el hombre de confianza de Albert se quedó un momento parado, observando como la camilla, donde estaba Annie, se perdía por el pasillo.

Dando un largo suspiro, George regresó sobre sus pasos.

— Tengo que avisar al señor Andley — Dijo al llegar junto a Archie — ¿Estarás bien?

— Yo no... yo... ella está... — El muchacho no podía dejar de mirarse las manos, que además de rojas, ya estaban temblando.

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Lakewood

Albert estaba desconcertado.

Tras despachar a su sobrino, y una breve pero infructuosa charla con Patty, regresó al jardín, donde su tía estaba disculpándose con la gente que se iba retirando.

— ¡Es una vergüenza lo que hicieron esos dos William! ¡Irse en mitad de la celebración! ¡Es bochornoso! ¡Nunca me había sentido tan...! — Exclamó la mujer mientras movía su abanico con fuerza para dar aire.

— ¡Tía por favor! — Le interrumpió el rubio patriarca, apretando el puente de su nariz, en claro signo de cansancio y exasperación.

— ¡Espero que esos dos tengan buenos motivos para haberme hecho esto! ¡Mañana mismo mandaré a buscarlos para exigir una explicación!

Tras las últimas palabras, la dama se retiró, dejando a Albert solo, mascullando improperios mientras se dirigía hacia la casa.

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Habitación de Candy...

Candy y Terry permanecían en silencio, abrazados, sentados sobre la alfombra al pie de la cama.

El Último AlientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora