El culpable soy yo
Eran casi las tres treinta de la tarde cuando Terry llegó a su casa, aunque intentaba calmarse simplemente no lo conseguía, su cabeza era un caos, llena de interrogantes que no sabía cómo responder, bajó del auto azotando la puerta, le aventó las llaves a Alan quien lo esperaba en la entrada y subió corriendo el par de escalones hasta la puerta principal, ni bien dar un paso al interior comenzó a llamar a su esposa a gritos.
— ¡Candy! ¡Candy! — la voz potente se escuchaba por todo el salón principal — ¡CANDY!
— ¡Señor Terrence! La señora no ha llegado — Informó Prudence con los ojos muy abiertos del susto por los gritos.
— ¿Cómo que no ha llegado?
— No señor, ella aún no llega.
— ¡Maldita sea! — Vociferó yendo ahora hacia donde estaba su despacho.
La buena mujer guardó silencio, se llevó la mano al pecho para después santiguarse, su patrón estaba hecho un demonio y todo parecía indicar que las cosas en la casa iban a peor.
Sumamente furioso Terry se encerró en su despacho, como león enjaulado caminaba de un lado a otro, pensando en qué hacer, en qué decir cuando viera a Candy, se quedó junto a la ventana unos momentos observando la calle, tratando de respirar pausadamente para controlar ese calor que traía por dentro; sin lograr calmar sus ansias se dirigió a la mesita del fondo, la botella de whisky llena hasta el tope lo estaban tentando a tomar de nuevo, pasó saliva, estiró la mano para agarrar un vaso pero inmediatamente después se retrajo, no debía beber, tenía que tener la mente despejada cuando llegara su esposa, caminó hasta el escritorio, comenzó a hojear el libreto de la próxima obra, sin poder concentrarse dejó el folder, era inútil, las manos le picaban, sus océanos bailaban mirando de un lado a otro, evitando a toda costa mirar hacia la mesilla que parecía más grande de lo normal.
— Solo una, para calmarme — Dijo en voz alta y se encaminó a servirse un trago.
El auto de alquiler aparcó en la entrada de la casa blanca, la rubia y el bebé que iban de tripulantes bajaron, la mujer agradeció y el chofer arrancó.
— Buenas tardes señora — Saludó el hombre mayor de mirada amable al abrir la reja.
— Buenas tardes Alan — Respondió la mujer rubia, dueña de la casa.
Candy caminó despacio, con cuidado de no resbalar con el hielo de la entrada, antes de adentrarse tomó aire, debía ser valiente y enfrentar la situación, por ella y por su hijo.
— ¡Señora Candy! — Exclamó Amy al verla — ¡Gracias a dios que ya está aquí!
— El señor...
— Está en el despacho, llegó hace como media hora.
— Gracias Amy, llévese a Evan por favor, iré a hablar con mi esposo.
— Señora ¿No van a comer?
— No, comí con mi suegra, gracias, cuando dejes al niño no te alejes, voy a necesitar tu ayuda.
— Como usted diga señora Candy.
La rubia sonrió levemente, depositó a su hijo en los brazos de la mucama, se quitó el abrigo y el gorro guardándolos en el armario y se dispuso a ir a donde le dijeron que su marido se encontraba.
La rubia aspiró, tomó el pomo de la puerta y sin tocar entró al despacho, abrió los ojos cuan grandes eran al ver como su esposo se llevaba a la boca un vaso lleno de lo que suponía licor.
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El Último Aliento
FanfictionLa vida nos lleva a veces por caminos no esperados, cometemos errores que lastiman a quienes más amamos y las consecuencias fatídicas nos llevan a pagar un precio muy alto, los errores cometidos se pagan incluso con la muerte, dejando a aquellos a...