La realidad le cayó cuando, después de colgar el teléfono para hablarle a Albert, se vio solo en la recámara que tenía en casa de Eleonor.
Se dejó caer en un sillón cerca de la ventana, abatido, sin fuerzas para nada, tocándose el pecho, verificando si en el aún había algo de latidos, encontrando un objeto que, con el paso de los años, se había vuelto un amuleto; la armónica que Candy le regaló. Tentado a tirarla por la ventana, ya que en esta ocasión no le funcionó, Terry se quedó observando el instrumento plateado, acariciando la cubierta superior dónde, grabado por él, se leía la letra "C". Chasqueando la lengua, se la acercó a la boca, sopló un poco, revisando la afinación, y tras un momento de duda, comenzó a tocar una melodía triste al tiempo que él cerraba los ojos, y gruesas lágrimas corrían por sus pálidas mejillas.
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El verano luminoso acabó, los árboles pintaban el paisaje de Nueva York en diversos tonos de naranja, proporcionando una vista espectacular a quien se tomara el tiempo de admirarla.
Candice Grandchester lo hacía cada tarde al ir a recoger a su hijo.
Tras su separación con Terry tres meses atrás, y lo mal que estuvo durante un tiempo, la mejor cura para su alma rota era la rutina, estar ocupada cada momento del día. Mantenerse en movimiento. Todavía le faltaba recuperar del todo su peso, pues fueron demasiados días comiendo poco y durmiendo mucho, no obstante, al menos, sus mejillas ya tenían color, y a veces lograba sonreír, ese era un buen día para ello, aunque hubiera un dejo de tristeza.
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Después de ver partir el auto de Terry, las fuerzas la abandonaron, el habla se le fue, pasaron horas para que Prudence y Amy la pudieran llevar a su recámara dónde permaneció encerrada una semana, dejando a todo su personal de servicio preocupado. Apenas lograba sostenerse en pie para atender a Evan, en quien se había aferrado, para no terminar de caer a ese pozo oscuro y sin fondo que era su existencia.
Comenzó a reaccionar al décimo día, cuando, sorpresivamente, Albert y la hermana Lane arribaron a su domicilio.
Por una semana, su padre y amigo, junto con la que consideraba su madre, la obligaron a centrarse, a levantarse cada mañana, a cumplir un objetivo. Luca influyó también en su recuperación, instando a qué regresara al trabajo, lo que aprovechó para presentarle a un colega que venía de Europa, con algunas ideas acerca del comportamiento humano, sembradas en él por un médico Austriaco de apellido Freud, y quién, a base de plática y paciencia, ayudaron a la rubia a salir de su estado depresivo.
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Esa tarde, estaba al completo serena, melancólica, sin embargo, podría decirse que algo contenta también, no en balde era el primer cumpleaños de su hijo, el pequeño Evan; su ángel de rizos rubios, y ojos color de mar lleno de vida, un rechoncho niño que ya caminaba, agarrando todo lo que estuviera a su alcance.
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Pasaban de las tres de la tarde cuando Candice atravesó las rejas de la casa de Eleonor quien, comprensiva y sin meterse en nada, continuaba cuidando de su nieto.
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El Último Aliento
FanfictionLa vida nos lleva a veces por caminos no esperados, cometemos errores que lastiman a quienes más amamos y las consecuencias fatídicas nos llevan a pagar un precio muy alto, los errores cometidos se pagan incluso con la muerte, dejando a aquellos a...