El Último Aliento capítulo 23

1.4K 130 84
                                    


El culpable soy yo

Cuando cerró la puerta, se quedó apoyada en ella. No podía llorar, parecía que las lágrimas se le habían agotado. Su corazón herido, maltratado, enfermo de odio por causa de la que creyó su mejor amiga y hermana, estaba más que destrozado, no podía creer que hasta en su último aliento, Annie dejaba secuelas de su egoísmo y maldad. En su mente, Candy sabía que esposo no era culpable. ¡¿Pero cómo superar tanto dolor, tantos destrozos que la mente maquiavélica de Annie hizo con su matrimonio?! ¡¿Cómo?! Ella amaba a Terry, de eso estaba más que segura, pero aun así que ella lo defendió ante Albert, no podía olvidar que los besos y cuerpo de su esposo fueron profanados por la que creyó su hermana, eso realmente le calaba el alma, sólo de imaginar que él hubiera tocado un cuerpo que no era el suyo... ella era la culpable, y aunque ahora estaba muerta, el dolor solo se hizo más profundo.

Abrazándose a sí misma, la rubia caminó despacio, arrastrando los pies hasta la habitación de Amy para abrazar a su hijo.

.

.

.

Quiso moverse, pero no pudo. Le dolía cada músculo del cuerpo. Comenzó a escuchar voces lejanas, intentó abrir los ojos y estos apenas le respondieron. Dejó salir un quejido. La cabeza le dolía como si mil agujas se le clavaran.

— ¡Hasta que reaccionas! — Esa voz la identificó al instante.

— Ti... tío — Pudo decir y volvió a gemir. Se llevó una mano a la mandíbula. Nunca le había pateado un burro o un caballo, pero el dolor debía ser similar.

— ¿Sabes quién eres? ¿Cuál es tu nombre?

Esa voz también la reconoció. El doctor italiano.

— ¿Qué...? Soy... soy Archie... Archibald... ¡Demonios!

— Llevas casi una hora inconsciente — Le informó su tío.

— El imbécil de Neil me pegó — Dijo el joven Cornwell, ahora totalmente consciente, comenzando a recordar todo.

— Que bueno que ya estás en tus cinco, porque tenemos que hablar — La voz autoritaria de Albert Andley hizo que Archie se sintiera como un párvulo de nuevo, por lo que solo asintió.

.

.

.

Margareth arrugaba la falda de su vestido, nerviosa.

Viajaba rumbo a la mansión de Lakewood; con George. El hombre simplemente no le dio opción.

Cuando él entró en casa de su tía Emma el lugar pareció volverse más pequeño, llenándolo con su imponente presencia. Sus ojos parecían atravesar las paredes, su alma misma cuando la miró. Casi se desmaya cuando él se fijó en lo que estúpidamente dejó sobre la mesa.

Ahora temblaba. No sabía qué esperar.

— Llegamos — Le informó, y su voz sonó fría.

Maggie bajó del vehículo, George le tomó del codo, apretándole ligeramente, dándole a entender que no tenía escapatoria.

.

.

.

Con una camisa limpia, y las heridas curadas, Archibald Cornwell se dispuso a salir de la habitación del hospital. Bajo advertencia de su tío, permanecía en silencio. No es que quisiera hablar mucho tampoco. Se sentía como un estúpido.

Caminó despacio por el pasillo, agarrándose las costillas, aguantando la respiración cada tanto al sentir el dolor punzante que le producía el movimiento.

El Último AlientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora