El Último Aliento capítulo 22

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El culpable soy yo

Ya no tenía fuerzas para nada. La voz de Archie se escuchaba cada vez más lejana. El dolor en el cuerpo poco a poco se iba diluyendo, todo se puso muy oscuro. De repente, y sin darse cuenta, estaba de pie, en un corredor muy largo dónde, a lo lejos, podía vislumbrar una luz muy tenue. Annie sintió el impulso de caminar hacia ella. Cuando dio el primer paso escuchó la voz desconocida de una mujer. "Lo siento tanto" decía y parecía escucharse a sí misma.

Necesitada de alcanzar aquella iluminación blanca, siguió avanzando, pero ahora, imágenes se proyectaban inconexas frente a sus ojos. Ella de niña, en el colegio, con Candy, la hermana Lane, la señorita Pony... la señora Brighton... Archie... Su boda... un bebé... se tocó el vientre buscando sentir la redondez llena de vida, y que cada que tocaba se movía en su interior, pero no había nada, tan sólo un pequeño volumen de carne sensible, fría y húmeda.

— Mi... niña... — Pronunció la chica al tiempo que se giraba, buscando.

Ese movimiento bastó para que se sintiera perdida. El corredor desapareció, en su lugar, la bruma a su alrededor no le permitía ver nada. Gritó. Una y otra vez, pero la voz no salía de su garganta, buscó la luz, la que había visto antes, pero no había nada, solo la niebla espesa, el frío, y la desolación.

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Archie, cegado por la rabia, insultaba y sacudía a Annie exigiendo que ésta respondiera por lo que acababa de decir sin darse cuenta de que ya había abandonado este mundo.

Luca, que había entrado a la habitación al escuchar los gritos luchaba por quitarle las manos de encima a la fallecida ayudado por el patriarca de los Andley.

Cuando al fin lograron dominarlo, el joven esposo se quedó estupefacto ante la visión frente a él.

La cama de sábanas blancas se teñía de rojo; los ojos de Annie, antes cerrados, se habían abierto y parecían mirarlo, acusarlo, y el hombre dejó de luchar cayendo en cuenta que la mujer ahí acostada, su esposa, estaba muerta.

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Albert se había quedado en el pasillo. Su mente ágil hilaba los acontecimientos y las palabras dichas por su sobrino, aunque le costaba creer que fueran ciertas.

Discutía la situación de Annie con el médico italiano cuando ambos escucharon los gritos de Archie.

La escena que sus azules ojos captaron le causaron gran impresión. Su sobrino fuera de sí, con el rostro tan desencajado que no parecía ser él. Annie con la piel tan blanca como las sábanas que iban adquiriendo una tonalidad escarlata. Una visión horrenda y aterradora que la piel se le puso de gallina.

Una vez fuera de la habitación, el rubio ya no siguió aplicando más fuerza. Archie parecía perdido. Sosteniéndole por los hombros, lo guío hasta la sala, dónde los demás seguían, sentados y de pie, esperando noticias.

La primera en levantarse de su asiento al verlos, fue Candy, quien, notando su terrible aspecto, intuyó lo que había pasado. La rubia se llevó una mano a la boca ahogando un sollozo al tiempo que susurró un ¡No!

Cornwell arrastraba los pies, sus ojos se movían inquietos de un lado a otro como buscando alguna respuesta a lo que sucedía. Al levantar la vista, el tono dorado que habían adquirido sus ojos chocaron con las vetas verdes, casi negras de Candy.

— ¡Tú lo sabías! — Afirmó con los ojos refulgiendo en flamas doradas, apuntándole a su prima con el índice — Tú siempre sabes ¿Verdad? — La voz susurrante de Archie salió temblorosa. Tenía los labios apretados al igual que el puño, su cuerpo en extrema tensión mientras se acercaba despacio a la rubia ante la mirada atónita de todos en la sala — Tenías que saberlo — La tomó por los hombros.

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