El último aliento capítulo 11

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El culpable soy yo

Era muy temprano por la mañana, el llanto de Evan y el frío despertaron a Candy quién, dormida en el diván cercano a la ventana se incorporó entre confusa y asustada, se frotó los brazos helados, se había quedado dormida sin haberse abrigado, miró para ambos lados hasta que visualizó una manta, la colocó sobre sus hombros y se acercó a la cuna.

— Hola mi pequeño ¿Ya tienes hambre? — Preguntó al tiempo que lo sacaba para abrazarlo.

Con la habilidad que los años de trabajo y sus pocos meses de maternidad Candy cambio las prendas húmedas de su hijo, con él en brazos avivó un poco los rescoldos de fuego de la chimenea, se sentó en la mecedora, aflojó su corsé disponiéndose a amamantar a su niño, mientras lo hacía una canción de cuna salía de su boca.

Evan Grandchester parecía sonreír, aferrado al pecho de su madre succionaba con fuerza.

— Eres un glotón — Mencionó — ¡Auch! — Se quejó — ¡Nadie va a quitártelo — Afirmó ante el entusiasmo del bebé — Ni siquiera tu padre!

La mención de Terry hicieron que la clara mirada de Candy se oscureciera, las lagunas verdes se empañaron, el dolor en el centro de pecho regresó con más fuerza.

— Vas a tener un hermano Evan — Uno que no nacerá de mi pero que tú padre te dará, seguramente será un niño tan hermoso como tú — Hablaba y las lágrimas corrían por sus mejillas — Podría ser una niña, con los ojos azules como su madre y... ¡Dios! — Exclamó con dolor — ¿Cómo pudiste hacernos esto Annie? — preguntó al viento.

No pudiendo tolerar más y viendo que su hijo había terminado de comer se lo colocó al hombro para sacarle el aire, lo apretó fuerte mientras lloraba silenciosa, cuando el niño al fin eructo lo dejó en la cuna para ella poder cambiarse, miró la hora en el reloj sobre la chimenea, casi las seis treinta, la señora Prudence ya debía estar levantada para comenzar los trajines de la casa, se vistió rápido, renuente fue al baño de su recámara, se aseo un poco con agua helada echándose bastante agua en los párpados hinchados, al salir sacó su abrigo rojo del armario, su gorro y sus guantes, regresó casi corriendo a la habitación de Evan, este estaba aún despierto, lo cargó, le puso un conjunto de lana tejido en azul y blanco que la señorita Pony le había hecho, unos mini guantes a juego con un gorro elaborados por la hermana María, lo envolvió en una manta que Eleonor le compró y salió de ahí apresurada.

— ¡Señora Candy! ¿A dónde va tan temprano? — Inquirió la mucama al toparse con ella.

— Yo... — Tragó saliva — Tengo que salir de aquí.

— Pero...

Candy no le dio tiempo de terminar de hablar, salió presurosa sin volver la vista, llegó a la calle y comenzó a caminar de prisa, escuchó el ruido de un motor cercano, se giró para detener el auto de alquiler, subió a este y le dio la dirección, mientras iba alejándose de su casa, su corazón comenzó a latir desbocado, se recargo en el asiento para acomodar a Evan y este no se fuera a asfixiar, miró por el retrovisor lanzando un resoplido, no tenía idea de lo que iba a hacer pero no aguantaba un minuto más dentro de la casa, tenía que despejarse, tenía que acomodar sus ideas y no podría hacerlo a sabiendas que estaba en el mismo lugar que su esposo.

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Eleonor despertó sobresaltada, se durmió muy tarde pensando en lo que su hijo le había dicho preguntándose ¿Cómo ayudarlo? Y Candy... ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo habría de reaccionar?

Un nuevo toque la hizo saltar.

— Señora Baker su nuera está aquí — Anunció su ama de llaves.

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