"Seis semanas"

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Carla se encontraba de pie, cubierta con una manta desde los hombros hasta sus tobillos. Con una mano sostenía una taza de café humeante recién hecho, con la otra sostenía su móvil. Respiraba profundamente el frío aire del amanecer, con su vista detenida en el mar tranquilo de aquella madrugada. El suave sonido de las olas parecía mantenerla en un trance, uno que acompasaba sus latidos, mas no los pensamientos que inundaban su mente.

Apenas había dormido un par de horas, pues su cabeza atormentada de ideas no la dejaba en paz, y sus sueños se habían tornado en pesadillas que la despertaron agitada y sin la opción de volver a descansar. Por eso estaba a esa hora en la terraza de su casa, tratando de despejarse, pero por más que trataba no podía hacerlo, rememoraba una y otra vez los sucesos que había vívido en el último tiempo, se repetía una y otra vez el tiempo que había pasado desde que dejó Madrid.

Seis semanas, ese era el tiempo que había transcurrido desde su retorno.

Seis semanas desde que había intentado saciarse de Samuel, porque ese fin de semana lo había sentido, olido, oído y saboreado tanto como pudo.

Habían pasado seis semanas desde que se habían despedido con un beso y una promesa.

Con esa idea soltó un suspiro desde lo más profundo de su pecho, porque ese tiempo se le había hecho una eternidad. Cada día y hora se hacían más largas cada semana que pasaba, pero sobre todo desde el día anterior.

Despedirse de Samuel había sido tan o más duro que la vez anterior en aquel cuarto de hotel donde él se había quedado durmiendo, o la anterior a esa, cuando sólo le había dado un beso en la mejilla luego de aquella fatídica fiesta. En esta ocasión lo había hecho con una sonrisa y la seguridad de que todo iría bien y se mantendrían en contacto, que no dejarían que los miles de kilómetros o la diferencia de horas que los hacía vivir en distintos momentos no intervendrían, pero no siempre podía ocurrir lo que se proponían.

••••••

Aquel domingo lo pasaron nuevamente enredados el uno con el otro. Era difícil saber cual parte del cuerpo correspondía a Samuel y cual a Carla, porque estaban tan juntos y fundidos que sus pieles parecían que se habían convertido en una. Mientras ella estaba recostada boca abajo mordiendo las sábanas, él se movía rítmicamente sobre su cuerpo, como una marea golpeando sin pausa la orilla de la playa.

La embestía de manera tan profunda que Carla se sentía al borde del abismo, era una sensación embriagadora, que la hacía sentir plena, como si cada fibra de su cuerpo estuviera completa y activa sintiendo los estímulos que recibían.

Samuel estaba en trance, se movía sin poder detenerse en ese vaivén que lo tenía atrapado, que lo sumergía en las profundidades y lo elevaba a los cielos. Tenerla a su merced, totalmente entregada, era una imagen en la cual podría vivir toda su vida, no necesitaba nada más, o quizá si, necesitaba oírla, amaba los suspiros, gemidos y cómo clamaba su nombre mientras la hacía retorcerse de placer. Así que sin detener sus movimientos, solo haciéndolos un poco más lentos, le corrió el cabello hacia un lado, dejando al descubierto la oreja, hombro y nuca, donde ese fenix brillaba por el leve sudor que la cubría y lo besó lentamente, luego lo dibujo con la punta de su lengua para moverla hacía un costado hasta llegar al hombro y le dio una suave mordida en ese lugar, un gesto que fue suficiente para hacerla temblar y luego procedió a acercar su boca al oído.

-Quiero escucharte- le pidió en un susurró demandante.

Carla se sorprendió con esa petición, pero aunque estuviera obnubilada de placer no dejaba de ser ella, así que giró su cabeza para quedar pegada al rostro de él, tratando de tomar todo el control posible y le sonrió.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora