"Seis meses"

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El sonido de la cafetera resonó por todo el piso, Samuel salió de su habitación con teléfono en mano escuchando las palabras que le decían al otro lado de la llamada, mientras que con la mano disponible se terminaba de arreglar el nudo de la corbata.

-Voy saliendo al bufete- respondió mientras trataba de llenarse un vaso para llevar con café recién preparado.

Una vez que colgó la llamada suspiró cansado y se refregó la cara, aún no eran las 7 de la mañana y ya estaba agobiado.

Llevaba casi seis meses trabajando en el bufete donde había conseguido empleo. Era un lugar, si bien no el de mayor prestigio de la ciudad, uno que día a día se hacía un lugar en los juzgados y su nombre comenzaba a sonar entre los entendidos.

Había empezado siendo un simple asistente de uno de los abogados con más experiencias del lugar. Un tipo frío, de pocas palabras, pero que a la hora de defender a sus clientes sacaba la voz y las garras, ganando la mayoría de sus casos. Si bien los primeros meses todo se había reducido a llevar café, ordenar folios, sacar copias y todo lo que fuera considerado trabajo sucio y de última categoría, él lo había hecho con prolijidad y jamás reclamando o colocando una mala cara como alguno de sus compañeros. Entendía cómo funcionaban las jerarquías y que debía ganarse el respeto demostrando que hacía bien su trabajo, cualquiera que esté fuera. Por eso mismo, finalmente había conseguido ser reconocido, y ya llevaba un mes asistiendo a su superior en un caso importantísimo, un joven acusado injustamente de violación.

Con esto se había ganado el poder participar en las reuniones e incluso acompañar en algunos interrogatorios. A pesar de que su jefe seguía hablándole lo justo y necesario, el que le hubiera dejado incluso leer los archivos, era una demostración de que se estaba ganando su confianza.

Ese día era importante, recibirían los resultados de una pericia que podría ser la prueba crucial que definiría el destino de aquel caso y especialmente de aquel joven que llevaba meses encerrado alegando que él no había sido ya que se encontraba cuidando a su hijo recién nacido. Por eso estaba listo desde temprano, revisando una y mil veces su correo, releyendo el par de archivos que tenía y las declaraciones de los testigos. Todo para estar preparado en caso de que su jefe le pidiera algo y así continuar con las diligencias.

Cuando estaba dispuesto a dirigirse al bufete un mensaje lo hizo detenerse.

-Cena hoy a las 8:00?- leyó y sonrió.

-Por supuesto- respondió escribiendo rápidamente.

-Éxito en tu caso, yo estoy atrapada en uno sin salida- recibió casi al segundo.

-En la cena me cuentas más y veré cómo ayudarte- mensajeó como despedida y Sara sólo le replicó con una carita sonriente.

Antes de guardar su móvil y partir a su destino, miró una vez más, como cada mañana, la puerta de la nevera, ahí tenía una serie de postales que él mismo había comprado en su viaje aquel verano recién pasado. Se centró en la postal que tenía de Ámsterdam y recordó ese despertar de aquella mañana. Lo tenía tan fresco como si hubiera ocurrido el día anterior y suspiró al darse cuenta cómo había pasado el tiempo.

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Ámsterdam, seis meses atrás....

Samuel logró sentarse en aquella cama de hotel para comprobar con sus ojos lo que ya había percibido, el otro lado de la cama estaba vacío, las sábanas estaban arrugadas y la almohada aún tenía la forma de su cabeza recostada. Recorrió primero con la vista toda la habitación, luego se levantó y caminó con pasos resignados hasta adentrarse en el baño, pero Carla tampoco estaba ahí. Al volver al borde de la cama se percató que su perfume aún impregnaba todo el lugar, incluso su propia piel olía a ella y se sentó derrotado sosteniéndose la cabeza.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora