II

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Querido anónimo,

lo odio. Odio esto. Mi vida. Mi situación.

Esforzarme, esforzarme y esforzarme y no recibir nada a cambio salvo más desprecio por parte de todos.

Las miradas de asco de Ali, los insultos y risas de mis compañeros de clase, la forma en que me mira la gente cuando camino hacia el instituto...

Dios, ese sí es un camino difícil de hacer cada mañana.

Y es que por culpa de cómo me tratan todos, hasta Jaden me evita en cierto modo.

No me ha hablado más desde lo de la escalera, y ayer nos cruzamos entrando en el instituto y apartó la mirada.

Deseo con todas mis fuerzas que fuese sin querer y no un acto voluntario con tal de no tener que saludarme.

Me gusta, y me gusta mucho.

Me gusta mirarle dibujar en clase, me gusta cómo se queda derecho frente a la puerta de clase varios minutos antes de entrar, me gusta cuando hace el tonto para hacer sonreír a los demás, me gusta el brillo en sus ojos cuando habla con Jessica, aunque eso me ponga horriblemente celosa.

Es especial, ¿sabes?

Le miro y veo en él algo que no veo en casi nadie más.

Algo que puedo ver en ti aunque de otro modo, y hasta en Spencer, pero en nadie más.

Que vosotros tengáis eso y no otro cualquiera me hace feliz.

Pero también noto que estoy cambiando, y no me gusta sentirme así.

Me enfado con más facilidad, odio a más gente y con más fuerza. Esta no soy yo.

No quiero convertirme en esto.

Pero es que me están forzando, ¿tú me entiendes, cierto?

Sé que es sólo mi segunda carta, pero estoy casi al cien por cien segura de que tú me entiendes.

Entiendes lo doloroso que es que los rumores puedan joderte la vida en cuestión de un par de días.

Y amo eso de ti.

Dios, somos tan parecidos que no puedo evitar sonreír cuando te veo, y quizás por eso puedas llegar a reconocerme un día.

Tienes mi misma manía de agarrarte los puños de las mangas de las sudaderas y la de limpiar la pantalla tu móvil con tu dedo índice aunque así no limpies realmente nada. Tienes tendencia a quedarte mirando al vacío cuando no te hablan, e incluso si te hablan. Tienes la costumbre sonreír poco, de meterte poco en las conversaciones, de hacer de tu presencia algo casi imperceptible -aunque no para mí-.

Y todo eso, si no tanto ahora, fueron un día cualidades mías.

Es ya sábado, la primera semana ha terminado y difícilmente podría alegrarme más.

No he vuelto a ir a casa de la abuela desde que Mike soltó lo de mi depresión, pero creo que la semana que viene debo ir.

Realmente debo.

Spencer se pasa por casa algunas tardes antes o después de sus clases de guitarra y tenemos tiempo para hablar.

Se le ve muy preocupado por mí y su compañía me es de gran ayuda.

Dudo que quisiese aguantar todo esto si él no estuviese aquí.

Me hace sentir bien y, aunque de nuevo de un modo diferente, tanto como lo haces tú.

Tal vez le conozcas, a Spencer.

Es un chico bastante popular y muy amigo de todo el mundo.

Realmente es el tío perfecto, y yo con mi mala suerte tuve que nacer emparentada con él.

De pequeños me lo pidió una vez, que nos casásemos. Y yo sin pensármelo dos veces acepté.

Pero al poco tiempo murió mi padre, y él creyó que no sería buena idea anunciar nuestra boda con tanta tristeza de por medio.

Dios, qué ingenuos y felices éramos en ese entonces.

Cuánto le gustaba a Christian vestir su camiseta amarilla en verano.

Cuánto le gustaba a Ali cantar conmigo, y forzarme a que me maquillase para impresionar a Spencer.

¿Por qué tuvo que cambiar todo tanto? ¿Por qué tuvieron ellos, mis queridos primos que cambiar? ¿Por qué no fuimos niños para siempre?

Ojalá despierte un día y todo haya sido una pesadilla.

Ojalá despierte y sea contigo a mi lado.


Cartas a un anónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora