I

195 12 0
                                    

Querido anónimo,

quisiera ponerte en situación sobre esta primera carta empezando por la razón por la cuál te elegí a ti y no a cualquier otro.

Simplificándolo, porque te vi esa mañana en el instituto y supe que sólo había una persona que podía convertirse en mi destinatario, y que esa persona eras tú.

No sé si es tan fácil de entender como de expresar.

Supe que no había nadie mejor en este mundo para escuchar y comprender a alguien como yo. Que no tratarías de desvelar mi identidad ni le contarías sobre esto a nadie.

Como un gran secreto entre dos desconocidos, que tengo la certeza de que terminarán por conocerse, de que ya se conocieron una vez, mucho antes.

Y reconozco que no sé el por qué de todos estos sentimientos, pero ahí están, desde el primer momento en que mi mirada se cruzo con tus ojos perdidos, tu pelo alborotado y esa maldita sudadera naranja.

Tengo que confesarte que siento ese nerviosismo infantil mientras mi bolígrafo va de un lado a otro del papel escribiéndote esta carta.

O tal vez se asimile más al nerviosismo de un primer amor.

Pero no caeré enseguida en el «te quiero» fácil, aunque necesito que sepas que todo este escrito implica un gran aprecio y cariño por mi parte.

Y es que siento que puedo contártelo todo sin miedo a ser juzgada, que me leerás, pensarás en mí y desearás que te llegue la siguiente carta, porque esto que voy a crear al enviarte la primera no desaparecerá nunca, aunque llegue un día en el que ya no te escriba más.

Sé que me apoyarás desde lejos sin darte cuenta de cuán cerca podré llegar a estar, que los motivos de tus preciosas sonrisas al vacío que aún no he visto en persona serán causadas por tu imaginación jugando a ponerme cara.

Lo sé.

Y te seré sincera, muy probablemente todo esto es gracias a que soñé contigo.

O quizá el sueño no fue más que una premonición de lo que ojalá me salve en mis peores momentos.

Ocurrió la noche antes de empezar el instituto.

Como suelo hacer siempre que estoy nerviosa por algo, soñé.

Estaba como atrapada entre las dos últimas situaciones causantes de mi ansiedad, la casa de la abuela y el instituto, y me rodeaba un grupo cambiante de gente.

Primero eran mis primos, y luego pasaban a ser mis nuevos, y aún desconocidos, compañeros de clase.

Me sentía mal, presionada, incómoda.

Pero, al igual que hice el viernes de la presentación, cerré los ojos un segundo, casi sin darme cuenta, y cuando los volví a abrir, tú estabas enfrente, junto con un grupo de gente de tu edad.

Primero no eras tú, es decir, lo eras, pero estabas borroso, y yo me esforzaba por poder verte, sabía que hacerlo me aliviaría.

Y entonces fue como si escuchases mis pensamientos y ellos te enterneciesen, y me sonreíste.

Y fue la sonrisa más bonita y sincera que jamás vi, puedo jurarlo.

Sentía ese sueño tan real que no era capaz de darme cuenta de que no lo era.

Poco a poco tu cara se iba haciendo más y más clara, tus facciones se hacían distinguibles y yo conseguía de algún modo devolverte la sonrisa.

Aún así, en ningún momento alcanzabas a ser completamente reconocible.

Creo que si pude llegar a tener la seguridad se saber quién eras en el sueño, si te reconocí luego en persona cuando oí tu nombre, fue por quienes te rodeaban, por una persona en concreto.

En el momento en que, frente a mi confusión inicial, observé a esa gente y le vi a él, supe quién eras tú, supe que no podías ser otro.

Quizás no me entiendas ahora, pero no importa, algún día lo harás.

Y cuando lo hagas, prométeme que vas a agradecérselo debidamente.

También de mi parte.

Así, sabiendo quién eras y disfrutando de lo bien que me hacía sentir tenerte enfrente, nos quedábamos sonriéndonos, aguantándonos la mirada. Como si el tiempo se hubiese parado, y todo a nuestro alrededor.

La calma que sentía en mí era más grande incluso que la que escribir me provoca, y eso me gustó.

Eso me hizo realmente feliz.

Así que, al despertar y encontrarte en la entrada del instituto, una vez escuché tu nombre y vi que eras tú, quien había salido en mi sueño, quien me había conseguido tanto bien, supe que nunca nada en mi vida había sido tan perfecto.

Tenías que ser tú. Tenía que escribirte.

Permíteme seguir mandándote correspondencia y prométeme que hasta que no sea el momento no tratarás de saber quién soy.

Aunque realmente no sería difícil adivinarlo.

Y, ahora, debo despedirme.

Simplemente, gracias por haber aparecido, de verdad.


Cartas a un anónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora