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Querido anónimo,

prométeme que hoy lloverá.

Porque está volviendo a salir demasiado el sol, y así no es lo mismo. Ni los paseos, ni las risas, ni las conversaciones, ni el cogernos de la mano, ni los besos.

Nada. Ni siquiera nosotros.

Todo está cambiando porque vuelve a haber demasiada luz a mi alrededor, cuando yo estoy en la absoluta oscuridad, por dentro y por fuera.

Necesito que el cielo me diga que está tan triste como yo. Necesito que llore lo que yo no me atrevo por miedo a volver a cogerle demasiado cariño a la sensación de presión en el pecho y la cabeza.

Y es que nadie se da cuenta de nada de lo que ocurre en realidad, todos se ciegan con los rayos de un final de abril que debería ser más frío de lo que está siendo, y no ven que vuelvo a estar mal.

E incluso peor que nunca.

Le prometí aguantar, aguantar por él, hasta que todo se solucionase, pero es que nada se soluciona, y yo siento que voy muriendo poco a poco.

Las clases y exámenes pesan sobre mis hombros más de lo que solían. Y los insultos no es que duelan, porque los tengo tan tristemente asumidos, metidos en mi cabeza, que lo único que hacen es molestar por repetición.

Pero él nunca me defiende. Nunca.

Me mira desde un rincón del aula y, cuando se da cuenta de que le miro a él, me aparta los ojos con cuidado y una sonrisa triste.

Luego, cuando las clases terminan y nos encontramos en el aparcamiento de detrás del instituto, me dice que no les haga caso, que no es cierto y que soy perfecta.

Pero no se disculpa.

Ya nunca se disculpa desde esa vez que vino a mi casa.

Y desde esa vez tiene más necesidad de contacto físico que nunca.

Ya no quedamos sin que terminemos liándonos, y siempre me mete mano.

A mí no me gusta demasiado, me incomoda, pero nunca se lo niego.

Ni que negárselo solucionase nada.

¿Por qué yo no lo disfruto como él?

¿Por qué él parece tan necesitado de besarme y meter su mano bajo mi camisa y yo no?

Que no es que no me gusten sus besos, que sin sus besos no podría vivir, pero, al parecer a él le aportan mucho más de lo que a mí.

Quisiera poder estar con él enserio, quisiera poder ir de su mano frente a los demás, besarle frente a los demás sólo para saber qué se siente al dar envidia y no sentirla tú, quisiera que me defendiese en clase, que cogiese del cuello de la camisa a los chicos que me llaman por mi nombre completo, o rara, o fea, o incluso gorda, y les tirase contra una mesa, y que llamase zorras despreciables o algo por el estilo a las chicas que se ríen de mí y de cómo visto o soy.

Quisiera poder empezar de cero todo esto.

Olvidar todo el daño que recibí de su parte.

Porque la cantidad de daño hasta hoy se acerca preocupantemente a la de felicidad vivida.

Y tengo miedo de que llegue el día en que no pueda más.

¿Qué seré yo sin amarle? ¿Qué seré llorando y sin tenerle? ¿Qué seré diciéndole a Spencer que no quiero estar con él sin poder usar una excusa distinta a la de la sangre? O, peor, ¿y si a causa de eso dejo de negarme?

Me pregunto si hago bien en no hacerlo con Derek, en arriesgarme a perderle, a odiarle.

Me pregunto si es o no un error dejar que exista la posibilidad de que sea Spencer el primero.

No quiero, no quiero.

Nada de esto.

No quiero llorar más, no quiero amar a alguien que es de mi propia familia, no quiero amar a alguien que es incapaz de dejar de joderlo todo por un motivo que hasta él desconoce, no quiero que todo el mundo me insulte, no quiero que mi familia me ignore, no quiero odiarme más.

Yo... yo sólo quiero que llueva de nuevo.


Cartas a un anónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora