XIII

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Querido anónimo,

qué mal sienta el verano sin verte.

Llevo dos semanas sin saber nada de ti, y se me hace duro.

Te busqué por las fiestas de pueblo los momentos en que Spencer se entretenía hablando con gente que yo no conocía, pero no hubo forma de encontrarte.

Una parte de mí quiere pensar que eres distinto a todos, que, como a mí, no te gusta la gente, el alcohol y el tabaco, pero al mismo tiempo me siento mal por ti si es cierto que estuviste toda la semana solo en tu casa.

Casa que por cierto descubrí hace poco dónde estaba, aunque de un modo u otro lo sabía, puesto que te envío las cartas directamente allí, porque sé que tú no vas a dejar que tus padres las lean ni ellos se interesarán por hacerlo.

Lo que descubrí realmente fue dónde está esa calle y ese número que hasta ahora no sabía situar mentalmente, lo que descubrí fue cómo de lejos nos encontramos el uno del otro al mirar la luna por las noches antes de ir a dormir.

Y no te diré cómo lo hice, porque decírtelo sería dejar demasiado claro quién soy, pero, la verdad, fue fácil, se me da bien manipular a la gente cuando la recompensa merece la pena.

Cuando la recompensa es descubrir más cosas sobre ti o hasta la posibilidad de conocerte en persona.

Sí te diré que fue poco antes de terminar el instituto, una tarde después de una mala mañana.

Ese día habías llevado una camisa de manga corta amarilla con un logotipo azul justo encima del corazón.

Los colores que no quedan bien a nadie siempre te quedan bien a ti.

El naranja, el verde claro, el marrón tierra seca, el amarillo pálido.

Ojalá que sea siempre así.

Esa tarde te quise escribir un poema, y ciertamente lo hice, pero es demasiado vergonzoso hasta como para enviártelo aún cuando no sabes quién soy.

Hablaba de tu olor, de cómo imaginaba que olías en invierno y de cómo descubrí que olías realmente en verano, de lo que me gusta ese olor a pesar de que sea incómodo el hecho de a qué me recuerda.

Hablaba de tu ropa, de las cosas que más sueles llevar y de las dos o tres prendas que te he visto una sola vez.

Hablaba de que nunca me preocupé en intentar oír tu voz, y que el día que lo hice me resultó enternecedor. Que jamás te habría puesto esa voz a pesar de que para tu edad seas algo bajo.

Hablaba también de cosas relacionadas con tu forma de moverte, de cómo caminas, de cómo gesticulas al hablar, de las distintas formas que pueden tener las sonrisas que tan pocas veces te he visto, de la forma en la que te colocabas las mangas de las sudaderas cuando aún hacía frío...

Hablaba de todo eso y de un montón de cosas más, más insignificantes y cursis aún.

En realidad, era un bonito poema, sólo que tal vez dentro de unos meses, cuando lo rescate del fondo de uno de mis cajones, me dé cuenta de la innumerable cantidad de faltas de ortografía e incoherencias que deben haber en él y me avergüence.

Por ahora, dejémoslo en que fue una bonita demostración del amor que jamás podré demostrarte en persona.

Que en persona dudo -y me duele dudarlo- que me aceptases.

Lo que sí puedo hacer ahora, es contarte cómo fue la última vez que te vi y cómo por primera vez deseo que se te dé mal esto de estudiar para tenerte un año más conmigo y no te vayas a la universidad.

No me siento mal por desear esto, pero es uno de los sentimientos más sinceros que he tenido últimamente.

En cuanto a la última vez que te vi, fue el último día de curso.

Estaba siendo un día tan malo como de costumbre y Jessica aún no me había dicho lo que me haría tomar la decisión de tirar hacia delante y quedarme con Spencer. Entonces, te vi en el primer patio, sentando con la gente de siempre en el banco de siempre.

Yo iba con una chica de la clase de enfrente con la que, aunque nadie lo sepa, a veces voy, pero no nos llevamos demasiado bien ni hablamos casi nada.

Ambas estamos siempre solas, así que, de alguna manera que aún desconozco, en un día del cual no me acuerdo, empezamos a encontrarnos en la puerta del aula de la otra.

Ella siempre me deja ir a verte y no me pregunta por qué tengo tanto interés en tu grupo de amigos, tal vez ese es el mayor motivo por el cual no me importa tenerla a mi lado.

No pregunta, no molesta y me hace parecer menos sola.

Esa mañana estabais todos muy animados, incluso tú, pero no sonreías ni levantabas la voz en exceso.

Me gusta tu forma de interaccionar con la gente demasiado alterada.

Hablabais de cómo serían las vacaciones, pero tú no dijiste nada sobre ti, te limitabas a apoyar las ideas de tus amigos, sin dar tu opinión personal.

Ibas vestido con tu camisa blanca de siempre, tus pantalones tejanos, que creo que justo esos no te los había visto nunca aún, y tus zapatos grises y amarillos.

Tan guapo como siempre, como le dije después a Spencer.

Me quedé disfrutando de ti todo el primer patio, y luego te seguí hasta el interior del instituto al sonar el timbre.

Tú subiste por tus escaleras y yo por las mías.

Lo mismo en el segundo patio.

Luego, al sonar el timbre, perdí un poco el tiempo con lo de Jessica, pero conseguí de todos modos salir lo suficientemente rápido como para encontrarte.

Te seguí hasta donde vienen a buscarte y aún no habían llegado.

Estuvimos apoyados en la valla que rodea el instituto, separados por unos ocho metros, durante casi diez minutos hasta que vinieron a buscarte.

Me alegré mucho de poder verte tanto en el último día.

También me hizo muy feliz poder despedirte de algún modo con la mirada cuando tu furgoneta se alejaba, conducida esa vez por un chico de unos veinte años.

Chico que sé que es tu hermano.

Sinceramente, te echaré mucho de menos estas vacaciones, ojalá nos encontremos algún día por casualidad.

Debo despedirme, he quedado con el que supongo que ya sabrás que es mi novio.

Gracias por todo una vez más.

Te quiero.


Cartas a un anónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora