Regalos

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Vacaciones de Navidad.

Menudo infierno.

Comidas familiares, comidas con antiguos amigos de sus padres, cenas familiares, noches sola por cenas de empresa.

Comida, comida, comida y nada más que comida.

Y justo ahora que aceptaba su amor por Derek se veía obligada a esas tres semanas sin verle.

No dormía nada de nuevo.

Estaba hecha polvo.

Y no trataba tampoco de ocultar lo mal que estaba.

Se forzaba a sí misma a comer para hacer feliz a su madre a pesar de que eso de verdad no la hiciese feliz, pero ni siquiera fingía disfrutar de aquello.

Comía y comía sin hablar con nadie, y sin mirar nada salvo el plato.

Un plato que parecía no querer terminarse.

Tenía los quince cumplidos de un mes atrás y unos familiares que hacía demasiado que no la veían como para saber cuáles eran sus gustos ahora.

No se esperaba que ese año cayesen regalos de parte de nadie salvo su madre.

Y sabía que su madre lo hacía por eso, porque era su madre, no porque la quisiese recompensar por su esfuerzo de mantenerse cuerda en la situación en que vivía o porque pensase que merecía una muestra de efecto de vez en cuando.

Hacía también un tiempo que no escribía a su anónimo, pero sabía que pronto necesitaría volver a hacerlo.

Sin Derek, nada más la alegraba salvo escribir.

Y la música.

En esa época estuvo obsesionada con una canción que no podía quitar del modo de bucle.

Human Race - Three Days Grace.

Cuando terminó la cena familiar del veinticuatro, Spencer se fue con unos amigos antes de que Ele pudiese hablar con él y darle su regalo de Navidad.

Eso la entristeció bastante.

En ese último mes se habían distanciado mucho. Pero no porque Ele quisiese. Para nada.

Supuso que Spencer se cansaba de ella.

Tenía amigos, amigos de verdad, simpáticos, con divertidas historias que compartir, y ella era sólo su prima depresiva.

Creía que si la había aguantado hasta ese entonces era porque el recuerdo de la Ele de antes, a la que tanto quiso, permanecía en su memoria.

Pero que debía haberse dado cuenta ya que eso era sólo un fantasma.

Ele había cambiado.

Toda la alegría y optimismo de ese entonces se habían ido junto al primer cambio de ciudad.

Y a Spencer eso no le interesaba lo más mínimo.

Ese fue el motivo del insomnio de Ele la noche del veinticuatro.

Rozaban las seis de la madrugada cuando terminó por dormirse, y a las diez y media sonaba el timbre de casa.

-Ele, es Spencer -la llamó Carla desde abajo.

Ele abrió un ojo y miró a su alrededor.

Por unos instantes todo le pareció desconocido, lejano.

Las tres bolsas de chucherías que le habían regalado sus familiares por compromiso la noche anterior descansaban sobre su escritorio.

Su móvil cargaba apagado sobre la mesilla de noche.

Cartas a un anónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora