XVI

82 9 0
                                    

Querido anónimo,

la decepción es una de las más horribles sensaciones de este mundo -hacía tiempo que no ambientaba una carta así de nuevo, eh-.

El haberte creado toda una idea acerca de algo o alguien y que de pronto descubras o te descubran que no es así.

Algo así como cuando te ilusionas creyendo que en Navidad te darán ese regalo que tantos meses llevas esperando, y luego descubres que no es así, que te han dado algo distinto.

Y si esa sensación no es suficientemente molesta e incómoda, imagínate si la decepción te la provoca una persona en sí y no el hecho de que no sepa hacer regalos.

Imagínate que te enamoras, que te enamoras perdidamente de alguien, ves a esa persona y todo en ella te gusta, ningún defecto, ningún fallo, todo lo que querrías en una pareja y mucho más.

Y luego, un día te despiertas y esa persona perfecta ya no tiene los amigos perfectos que tenía antes, ahora va con la clase de gente que te hizo pasar los peores años de tu vida.

Te dices a ti mismo que no pasa nada, que no es importante, que es de la persona de quien estás enamorada de quien estás hablando, que cómo va a fallarte justo ella -por persona, digo-.

Pero, el tiempo pasa, y de pronto sales del instituto y la ves en la acera de enfrente, haciendo la última cosa que te esperarías de esa persona.

Está fumando.

Está ahí, delante tuyo, con esos amigos suyos que tanto odias, sujetando un cigarrillo entre sus labios y riendo a carcajadas a cada cosa que ellos dicen.

Nunca habías oído su risa.

No de ese modo.

Y de pronto la odias -su risa-.

Odias todo de ella –de nuevo, por persona-.

La sensación de decepción más grande de toda tu vida te invade y explota dentro tuyo como un jodido cargamento de bombas.

Te dices a ti mismo que no puede estar pasando, que es una broma pesada, pero no puedes apartar la vista de esa persona y cuanto más la miras más te das cuenta de que no es una broma, que es real, y que es una mierda de realidad.

Te hundes.

Te hundes en silencio mientras aún la miras y te maldices por haber querido tanto a alguien de quien realmente no tenías ni idea.

A alguien que ha sido capaz de hacerte esto.

Cuando te ves con fuerzas de moverte e irte a coger el autobús hacia tu casa para poder llorar en tranquilidad, algo te para gritándote que por qué la odias ahora.

Que esa persona sólo ha hecho lo que le ha dado la gana hacer, que tiene una personalidad, sentimientos y vida propias, y que tú no eres quién para controlarle a tu antojo sólo porque estás perdidamente enamorada de ella.

Al final vuelves, y te quedas mirando a esa persona a la que tantísimo quieres.

Te duele el pecho y en especial el corazón, pero no hay nada que puedas hacer.

Te odias porque te creaste unas expectativas realmente imposibles de cumplir, pero al mismo tiempo no puedes odiarla a ella, a tu persona querida, porque sigue siendo ella, sigues teniendo la esperanza de que ese vicio sea sólo una cosa casual, para agradar a quienes son ahora sus amigos.

Pocos minutos después, esa persona se marcha en moto -ya que ahora nunca van a buscarla en coche- y tú vas al bus antes de que te deje.

Y, ciertamente, esa persona, en esta ocasión, en mi ocasión, eres tú, mi anónimo.

No quiero que te sientas mal. La culpa fue mía por creer que había encontrado a alguien perfecto.

Todos caemos, al fin y al cabo, y tú no podías mantenerte siempre puro por mucho que fuese mi mayor deseo.

Si te cuento esto, es para que sepas que ahora lo sé, cómo eres en realidad, o al menos cómo no eres.

Que ahora sé que tienes tus fallos, como todo el mundo, y que eso sólo te hace más humano y hace que te quiera aún muchísimo más si era posible.

Hace que quiera aún más seguir enviándote cartas para que sepas que te apoyo y quiero seas como seas.

Que no tienes que cambiar para agradar a los demás, que a mí me gustas tal y como eres.

Como coño sea que seas.

Porque sinceramente ya no lo sé, pero no me importa, quiero conocerte, quiero saberlo todo de tu nuevo tú, del tú que no vi antes que estaba ahí.

Y, realmente, el sentimiento de decepción que sentí, era completamente hacia mí misma, no tienes nada de que sentirte culpable.

Porque no es sólo por lo que me ha pasado contigo, hay algo más.

Algo que quiero y necesito confesarte. Sólo a ti.

He vuelto a engañar a Spencer con Alberto.

Y, esta vez, he llegado hasta el final.


Cartas a un anónimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora