•|Había una vez|•

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Había una vez, hace mucho tiempo. Cuando las tierras eran verdes y prósperas, los árboles altos y frondosos se alzaban orgullosos sobre sus raíces ante el mundo que se desarrollaba a su alrededor; las tierras eran fértiles y sanas, el aire se respiraba limpio y entrelazado con los deliciosos aromas de los frutos maduros los cuales doblaban las ramas ante su peso, y las flores frescas cubriendo de sus colores las colinas, los prados y los jardines.

Esos años de buena ventura donde los seres alados surcaban los cielos con tranquilidad y sin preocupaciones saludaban a los vecinos terrestres bajo sus pies; las hadas danzaban bellos bailes con ligeros movimientos delicadamente ejecutados encandilando a los espectadores, los dragones extendían sus alas orgullosas en gestos engreídos como era tan conocido de ellos y las dríades compartían sus frutos cultivados en sus inefables bosques.

La existencia de los cuatro mundos coexistía en una perfecta balanza en el tan conocido ciclo de la vida; los seres sobrenaturales mantenían la paz y seguridad de todo ser viviente en la tierra, aire y mar. Conocidos guerreros barbáricos respetados y temidos con pesadas armaduras achatadas y oxidadas pero tan fuertes capaz de recibir cualquier golpe de la espada más afilada; siendo los hombres lobo sus principales números en sus ejércitos.

Los seres mágicos; seres eruditos de inmenso poder y conocimiento acerca del mundo y sus alrededores. Los principales curanderos en los cuatro mundos y consejeros de lideres, transmitiendo su sabiduría a todo aquel que lo mereciera.

Los seres del reino de los cielos; artesanos talentosos principalmente y grandes astrónomos que con ayuda de los seres mágicos mantenían las profecías  y adivinanzas del futuro como principal fuente de estudio y conocimiento. Amados por sus angelicales voces capaces de conmover al corazón más duro, consolar a la persona más triste y dar felicidad a sus oyentes.

Por ultimo, estaban los humanos. Seres temerosos, escurridizos y llenos de la más profunda de las envidias según cuentan las leyendas. No podían volar como las hadas, no podían ser demasiado fuertes como los enanos herreros, no podían igualar las voces cantoras ni mucho menos crear magia igual que los hechiceros. Pero había algo de lo que estaban orgullosos; su ingenio.

Astutos, numerosos y con mucha ira. Con sus armas de pólvora capaces de soltar truenos de sus puntas, hierro fundido y fuego artificial lograron someter poco a poco los otros reinos hasta llegar al grado de la extinción. Las pesadas botas de los humanos pisotearon hasta la flor más delicada con su codicia y sentimiento de inferioridad, dejando a Midgard, la Tierra, el mundo mortal como nada.

Obligaron a las hadas a esconderse en los bosques prohibidos para protegerse de sus lanzas, su fuego y sanar los arboles calcinados.

Las sirenas emigraron en manadas hasta las profundidades del océano, lamiendo sus heridas y llorando al mar la contaminación que poco a poco manchaba sus costas.

Los lobos regresaron a sus formas animales para nunca más ser vistos por ningún ser mortal en más de 500 años, tratando de mantener a sus familias y amigos en secreto.

Los vampiros regresaron a sus sarcófagos acompañados de sus hermanos murciélagos, sus bellos ojos dorados desapareciendo de quienes los recuerdan y solo quedando el rojo de su maldición.

Pero los dragones, los dragones nadie sabe. Algunas leyendas explicaban su extinción, algunos más intrépidos mencionaban saber donde se hallaban sus escondites e incluso haberlos conocido, pero nada más que rumores maliciosos y algunas pretensiones. Hasta ahora.







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Kim Yerim siempre fue cobarde, lo sabía y aceptaba con la cabeza en alto. Le tenia miedo a un gran número de cosas; las ratas, los insectos, el frio y los hombres. Siempre era mucho más fácil preguntarle a que no le tenia miedo.

Somos Sangre Y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora