•|Tus ruegos|•

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El antro de mala reputación iluminado con pequeños focos de mala calidad, su fachada tan roida y tapizada de mugre se atisbaba tan solitaria al final de las más oscuras y peligrosas calles de la moderna Seúl

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El antro de mala reputación iluminado con pequeños focos de mala calidad, su fachada tan roida y tapizada de mugre se atisbaba tan solitaria al final de las más oscuras y peligrosas calles de la moderna Seúl. El aire se respiraba frío contra sus fosas nasales y el aroma nauseabundo a sudor y orina en las esquinas daban mareos.  Su lobo interno se removió incómodo ante tantos olores desagradables, la mezcla de la nicotina y lujuria emanando de las ventanas daban una idea de lo que sucedía en aquellas habitaciones de mala muerte.

Pero no podía quejarse de demasiado, estaba aquí en busca de respuestas por órdenes de Suho y negarse ante su líder era ponerse una cuerda sobre su cuello y tirar de ella con todas sus fuerzas. Un suicidio.

Kai siempre fue una persona pacífica y de bien, por eso mismo no era propio de su persona vagar a tantas horas de la noche en un barrio de mala muerte, observaba personas con pequeños sobres con polvos y pastillas dárselas a otras; algunos eran chicos de edades muy jóvenes con expresiones de jubilo y adoración ante su compra, otros eran adictos natos con nada que perder.

Él sabe los efectos que tienen esas drogas en los humanos, sustancias estimulantes creadas por otros humanos con el fin de hacer dinero fácil y volver a su población tan adicta a ellas que les era imposible dejarlas. Espantoso.

Un berrido estruendoso suena a sus espaldas poniendo sus vellos de punta, el bebé causante gritaba en chillidos por el hambre mientras su madre, una escuálida mujer desgarbada con harapos sucios y malolientes lo mecía en sus brazos. La pobre mujer susurraba ruegos al infante de que guardara silencio.

Kai sin poder evitarlo se acercó a la mujer temblorosa, su pálida cara iluminada por de la inútil luz tintilante de la puerta trasera del edificio, asustada por el intruso acercó a su pecho a su hijo como protección. El cuerpo de la chica temblaba de miedo con fuertes espasmos que no podían ser otra cosa que dura preocupación, sus pensamientos anticipando una oferta descarada de sexo fácil a la que no podría negarse si quera darle de comer a su hijo aquella cruda noche.

El lobo logró distinguir los rasgos de la chica a pesar de tener la cara llena de mugre y rastros de lágrimas en sus mejillas, resultaría bonita si no fuera por las largas cicatrices en su cuello descubierto, sus sienes y parte de su ojo derecho, como si largas garras hubieran marcado gruesos surcos sobre sus facciones, tal vez fue así. Las brillantes esferas cafés de sus pupilas lo observaban con expectación ante su silencio. Ambos observándose en un tenso ambiente acompañado por el sonido de los coches pasar cerca de la carretera y los débiles gemidos dentro de la taverna.

—Deberías irte de aquí—murmuró el Delta con voz rasposa— no es seguro, hay personas capaces de lastimarte aquí. 

—¿Cómo tú?— cuestionó la suave y quebradiza voz de la muchacha, un suave murmullo del que no estaba muy seguro si hubiera podido escuchar si no fuera un lobo.

—Si, como yo— respondió plano.

—No tengo donde ir— se lamentó la joven, daba tanta pena que era difícil verla a los ojos, la incomodidad que sentía le suplicaba largarse de allí y no regresar. De su bolsillo sacó dos billetes y se los puso en su mano huesuda y pequeña.

Somos Sangre Y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora