Aparezco en un bosque con hojas secas, marrones y crujientes. Los árboles de troncos blancos y las rocas son lo único bello de este lugar. Me duele el cuerpo completo y el cansancio es avasallador. Solo ruego que al despertar no me encuentre con David mirándome preocupado. Es la primera vez que pienso en él y creo que lo extraño, también deseo saber cómo esta Pequeño. Debería caminar, pero si esto sigue siendo el reino de los sueños nada tendrá sentido. Entonces, como hacía de chico, comienzo a destruir las hojas con mis manos convirtiéndolas en pequeños pedacitos que abonarán con más rapidez los suelos. Escucho pasos, gruñidos, pero no quiero moverme, creo que me he rendido, que solo quiero descansar. Me recuesto sobre el piso a mirar el cielo anaranjado donde miles de estrellas fugaces pasan como en una competencia. No me dan tiempo de pedir un deseo, creo que tampoco tendría sentido pedirlo, si lo único que quiero es ver a mi familia y eso no sucederá. Resoplo y cierro los ojos, luego los abro, es peligroso en este momento soñar, si es que puede suceder dentro del mundo de los sueños.
—¡Qué gran batalla viví! —le digo a una hoja que viene bajando en forma de zigzag empujada por la brisa casi imperceptible—. No te imaginas todo lo que pueden hacer las protectoras, los dioses, los shinshi, que no sé quiénes son, el guardián y los demonios... ¡Disparaban rayos!, no creo que me creas, sin embargo, sucedió.
La hoja se hace la desentendida, no obstante, se posa en mi pecho y la lluvia de estrellas fugaces dejan de iluminar el cielo. Sopla un viento que hace que mi cuerpo se cubra de hojas y yo sonría. Recuerdo que era apenas un niño y mi padre me llevaba a una zanja cerca de nuestra casa para que yo camine pateando todo lo seco que allí había. Era hermosa esa sensación de que mis pequeñas piernas pudieran hacer elevar las hojas por los aires y que mi felicidad se basara en algo tan inocente. En ese momento existía un perro llamado Manchitas, que siempre nos acompañaba y nos cuidaba. Una tarde de otoño, en ese juego bello e inocente, una serpiente se apareció, yo me quedé tieso. Mi padre se había alejado a hablar con una vecina, la señora Summers, que siempre asumí que estaba enamorada de él. La serpiente serpenteaba de manera extraña, como si estuviera sufriendo alguna descarga eléctrica, y sus ojos tenían una combinación de enojo y miedo. «Los animales nos temen a nosotros» supo decir mi madre cuando me enseñaba biología. Pero no creo que ella me temiera, creo que me quería comer. Manchitas ladraba enfurecido, se colocó entre mí y ese animal venenoso. «Los colores que las víboras tienen marcan el peligro, su veneno y el daño que nos pueden producir», y tenía razón mi madre. Este animal era negro, con anillos rojos, como marcando lo que me sucedería si sus colmillos se enterraban en mi cuerpo.
Manchitas nunca dejó de ladrar, nunca dejó de defenderme. Mi padre nunca se percató de lo que sucedió, hasta que fue demasiado tarde. Hasta que nuestra mascota se movía en el piso de manera extraña, arrojando espuma de su boca y con la serpiente en su cuello. Yo lloré desconsoladamente. Manchitas me defendió dejando atrás su corta vida, dejando atrás a toda mi familia llevándose una parte de mí, mientras mi padre cortejaba a la señora Summers. Llegó tarde para alejarme del cuerpo de mi mascota. Juro que odié por mucho tiempo a Charles, por dejarme solo, por dejar que Manchitas se muriera. Por buscar otra mujer que no sea mi madre.
Dos lágrimas deciden salir de mis ojos, aunque yo les ordenara que no lo hicieran, y humedecen mis mejillas, no puedo evitar recordar a Manchitas. Su enorme tamaño, su pelaje marrón y lunares blancos, su hocico siempre húmedo y sus orejas levantadas como antenas. Era y será por siempre mi mascota preferida, aunque luego llegaron muchos perros y gatos a mi humilde hogar, nadie lo pudo reemplazar.
Escucho un ladrido, me levanto y detrás de un árbol se asoma un perro idéntico a Manchitas, él me mira con su lengua hacia un costado y corre a mi encuentro, golpeándome y haciendo que me caiga de espaldas. No deja de lengüetearme y llenarme de saliva. No pienso pedirle que se detenga, pero comienza a desvanecerse en cenizas, y nuevamente quedo solo. Detrás del mismo árbol aparece una mujer, con una túnica amarilla y una capucha que cubre su cabellera color avellana, sus ojos anaranjados me miran con cierta alegría y es acompañada con una leve sonrisa. Da un salto, levitando unos segundos y luego cruza sus piernas sentándose en el aire y comienza a descender hasta quedar a mi lado. Yo quiero hablar, pero no sé qué decir.
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El guardián y el mundo de los sueños
FantasiaDurante siglos y siglos, los humanos creímos que los sueños y las pesadillas eran la creación de nuestra mente, sin embargo, detrás de ellos se esconden los peores y más perversos planes del Dios oscuro: Edaxnios. Las almas más puras se verán en pel...