La batalla en el desierto de la irrealidad (VI)

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El rayo llega directo a mi corazón. Me contorsiono del dolor, mis brazos se mueven alocadamente, mis piernas se debilitan y caigo de rodillas. Instintivamente cierro los ojos, parece que la oscuridad me brinda cierta tranquilidad. Duele, duele mucho. Aun así no me rendiré, no dejaré que me venza con facilidad.

Me resisto al poder de Ingnisute, sin embargo, es en vano, nunca contemplé la experiencia del demonio con mi falta de entrenamiento. De nuevo me dejé manejar por la furia y no por la inteligencia. Debí haber sido precavido para no caer en su trampa y arrojar por la borda todo mi esfuerzo.

En mi sufrimiento comienzan a aparecer las imágenes que todos los días me torturan desde las sombras de mi mente: mi madre llorando en el momento que perdió un embarazo, sentada en el inodoro y pidiéndole al universo que no sea tan cruel. Mi padre en el momento que perdió un dedo en su trabajo en una fábrica que elaboraba motores para tractores. Todas las golpiza que recibí desde el jardín de infantes. La maestra que se reía de mi delgadez. El director que me culpaba por mis debilidades y por dejarme golpear. La muerte de Manchitas defendiéndome... Todos los peores recuerdos... No me sorprende, Ingnisute hace crecer su poder a través del dolor.

Me elevo por los aires, abro los ojos y veo todo difuminado. Azura, Okami e Igniscan yacen inertes y mi cuerpo está en el suelo con la misma pose de la piel de Lucius. Mi alma fue arrebatada de mi cuerpo, succionada como lo hace una aspiradora con el polvo. Aquí, en este momento, es cuando me doy cuenta que lo que me decía a mí mismo era verdad: Jamás debieron confiar en mí para cumplir con las misiones.

Aparece la vasija dorada donde descansará mi alma hasta ser devorada por Edaxnios. Su tapa, vuela por los aires y del interior sale el mismo torbellino que de las cajas de madera que yo he estado utilizando. Me pasará lo mismo que a las almas de los súbditos encerrados. Siendo un alma no poseo ninguna emoción. Solo sé que mi final está cerca, más cerca que las noches en las que dormía a la deriva esperando que algún desquiciado acabara con mi vida por algo de comida. La velocidad a la que me acerco a la vasija es más lenta como si Hícari se resistiera, como si supiera que todo lo que sacrificó, todo lo que soñó está comenzando a desaparecer. Ingnisute sonríe de manera perversa, con su tridente a su lado y sus ojos brillan. Asumí que lo derrotaría pero nunca comprendí cuál era su punto débil, y presumí que podría encerrar su alma de la misma manera que a sus súbditos.

Los rayos rojos que caen de los cielos son como puñaladas a mi ego herido, los cráteres que se forman son círculos perfectos, como la luna, las veces que la veía desde el tejado de mi antigua casa.

Un viento de gran magnitud se presenta en todo el lugar. La sonrisa de Ingnisute desaparece al observar que este se transforma en un tornado de arena y polvo, no obstante, no cambia su postura, no ataca y se cubre los ojos. Mi alma deja de moverse a la vasija, por el momento estoy a salvo, sólo por el momento. El plan de Ingnisute parece ser perfecto y no creo que alguna de mis protectoras logre salvarme. El tornado cae de forma abrupta dejando al descubierto la persona que lo creó: está de rodillas, con dos espadas hacia atrás tocando con las puntas el suelo. Viste una túnica amarilla con bordes naranjas y una capucha que cubre su cabeza. No puedo distinguir si es una mujer u hombre, pero si me salva, me tiene sin cuidado de quién se trate. Se coloca de pie y sus espadas desprenden electricidad y rayos del color de su vestimenta; Ingnisute solo mira con una leve sonrisa, y creo que tiene miedo. El ambiente, donde ocurrió toda la batalla, se presta para una dura pelea entre el demonio más poderoso y su nuevo enemigo.

Una brisa eleva un poco de polvo y lo deja en suspensión entre ellos dos que no dejan de mirarse, creo que se estan estudiando, creo que la persona que quiere derrotar al demonio es más inteligente de lo que yo fui. La espada de la izquierda brilla con una electricidad tan poderosa. La levanta apuntando al cielo y una nube verduzca se posa justo en su cabeza. Gira de manera alocada y luego envuelve a la persona generando una tormenta. Todo es signo de que veré la batalla de la que siempre me hablaron. De la nube sale a toda velocidad una de las espadas, y destruye la vasija en mil pedazos, uno de los trozos más grandes roza el rostro de Ingnisute haciendo que sangre, no obstante, él no pierde la postura.

El guardián y el mundo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora