La batalla en el desierto de la irrealidad (II)

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Por fin puedo conocer a los engendros mellizos: uno tiene la piel morena, su cabello es rojizo, tiene cuatro brazos, dos piernas, músculos exageradamente grandes y salidos de su cuerpo como si fuesen globos a punto de estallar. Sus ojos son redondos como los de las moscas con dos pupilas verdes. Su boca es pequeña y rosada con dos colmillos blancos que sobresalen de los labios y llegan hasta el mentón. En una de sus manos, en la inferior izquierda, tiene un sable y en la contraria un hacha de un solo filo. El pantalón blanco, la única vestimenta que posee, contrasta con toda la maldad que emana de su gigante cuerpo. Sus cuatro metros me dan miedo, pero no seré derrotado por él.

El hermano es lo contrario: de tez blanca, su cabello es rubio y brilla como si fuera oro. Parece más humano que el gigante, tiene dos brazos, en uno porta una espada larga que desprende una llama violeta que la envuelve. Sus piernas son musculosas y tiene un pantalón marrón que esta deshilachado y solo le cubre hasta las rodillas. Sus ojos son los mismos que su hermano, como su boca y sus colmillos. Es de mi altura y parece menos peligroso.

Hintam ha evolucionado mostrando su verdadero cuerpo: sus piernas son peludas y de color negras; sus brazos son musculosos y del mismo color; su torso muestra un excesivo vello dorado, a tono con su cabeza. Su rostro es humano, aunque sus ojos son pequeños, ovalados y en sus pupilas parece haber dos pequeñas llamas de color naranja.

Van a ser rivales muy duros de vencer, creo que me dejé llevar por la ansiedad y no fui inteligente.

—¿Tú eres el guardián? —Pregunta el hermano gigante. Su voz es aguda y contrasta con su gran tamaño.

—Creo que sí, enviaron a un niño a pelear con nosotros, creí que tenían escrúpulos —responde el otro hermano en un tono más grave.

—Tebris, te he dicho que es una falta de respeto contestar por otro.

—Sirbet deja de corregirme y de querer educarme, hace siglos que lo haces y comienzas a irritarme... Te juro que...

—¿Me matarás? —Pregunta Sirbet, el gigante, con una gran sonrisa.

—¡Sí! —salta para atacarlo.

—¡Bastaaaaaa! —Grita Hintam en el momento que impactan sus armas. Doy un paso hacia atrás, la voz de esa bestia me genera escalofrío. Es grave, parecida a la de Edaxnios—. Debemos aniquilar al guardián, a eso hemos venido.

—¡Esta bien! —Exclama frustrado Tebris.

—¿Quién irá primero? —Pregunta Sirbet rascándose la cabeza.

Me estan sorteando como si fuera un regalo de navidad. Estoy furioso, quiero aniquilarlos o por lo menos encerrar sus almas, pero las palabras no brotan, parece que fueron encarceladas en lo profundo de mi alma. Creo que mi cuerpo me quiere decir que fue una mala idea venir, que tengo pocas posibilidades de sobrevivir, sin embargo, huir no es una opción. Parece ser una maldita costumbre tener esa valentía de enfrentarme a los peligros de una manera poco inteligente.

—Tendrás que ir tú Sirbet —ordena Hintam—, tenemos que terminar el asunto lo más rápido posible así le llevamos las almas que recogimos a Edaxnios y recibir nuestro castigo por desobedecer las órdenes directas.

—¡Me tiene sin cuidado el castigo! —Responde furioso Tebris—. Llevaremos almas puras y al guardián en un bandeja de plata. Ingnisute y Edaxnios tienen que comprender que hemos actuado como ellos deberían haberlo hecho hace tiempo.

—¡Basta! —Grito—. ¿Vamos a pelear o no? —Mis manos tiemblan al ver, detrás de ellos, una vasija blanca y dorada, allí deben descansar las almas puras que vi en el túnel.

—Parece que el guardián esta apurado en morir —indica Sirbet—. Te daré con el gusto si es lo que quieres —estira sus manos, las que estan armadas y me señala con la izquierda—. Una vez me enfrenté a... ¿Cómo se llamaba esa guardiana? —se rasca la cabeza.

El guardián y el mundo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora