Capítulo 9.

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En la selva.
Christopher.

Llevamos cinco hora caminando por la espesa selva amazónica a la deriva y sin rumbo alguno.


El GPS, el rastreador y localizador no sirven. La temperatura tampoco colabora ya que hace un calor de mierda.


La teniente Jones cojea frente a mí debido a que la caída le lastimo el tobillo.


Debo reconocer que es muy valiente y que demuestra mucha resistencia. En ningún momento dudó a la hora de enfrentarse a los cuatro criminales y a caminado a paso firme sin quedarse de la dolencia de su pie.


Verla me recuerda a un cuento que Sara le leída a Cele de pequeña. Se trataba de una vieja leyenda sobre una ninfa que vivía en un río. Poseía un largo cabello negro, ojos azules como el mar y rostro angelical. Su cuerpo volvía loco a los pescadores haciéndolos desaparecer en la corriente de agua.


Cuando Bratt me contó que se volvió a enamorar, no le creí.


Pensé que era una más de tantas pero me equivoque, esta enamorado y no lo culpo. Ella tiene cualidades que enloquecerían a cualquiera. Cuerpo exuberante, labios carnosos y dulces, cabello negro y largo. ¿Qué se sentirá enredar las manos en él mientras la follo contra mí escritorio?


<<Es lo que e querido hacer desde que la conocí>>.


Monos pasan por encima nuestro columpiándose rama por rama. Aparto los pensamientos calientes antes de que se me forme una erección.


Ascendemos montaña arriba con la esperanza de conseguir algún tipo de señal digital. El ascenso es difícil por que a llovido. Debido a ello, la densa vegetación vuelve el terreno húmedo y resbaloso.


Siento un pequeño dardo en el cuello, toco el área percibiendo una enorme roncha (picadura de abeja). Miró hacia arriba, observo que hay un panal del tamaño de una enorme calabaza.


Scarlett resbala callando sobre su pie lastimado. Corro y le tapo la boca para que no grite debido a que no podemos llamar la atención del peligro que tenemos encima. Señaló el panal que mientras ella asiente con la cabeza, intenta levantarse y vuelve a caer.


La levanto en brazos alejándome del panal, no es fácil liberarse del ataque de un grupo de abejas asesinas. A medida que voy subiendo el sol se va intensificando, el sudor me recorre la frente mientras alcanzo la cima de la pequeña montaña.


-Puedes bajarme ya- Me dice apartando un mechón de su cara, tiene las mejillas ruborizadas por el calor.


-¿Puedes sostenerte?


-Creo que sí.


La bajo sin dejar de mirar sus ojos celestes, mientras baja siento como una de sus manos acaricia uno de mis pectorales. Apoya el pie y se va de bruces contra el piso.


-¡Diablos!- Reniega tomándose el tobillo.


-¡Dijiste que podías sostenerte!- La regaño.


-¡Pensé que podía!- Contesta enojada.


Ruedo los ojos <<Odio las mujeres tercas>>.


-Quítate la bota, te revisaré el tobillo.


-No es necesario, puedo...

UNA HISTORIA SIN UN ROMEO (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora