X. El reformador y el político

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¿Quién es el reformador y qué propone?

El reformador desea «reformar y mejorar». No está seguro qué es lo que él desea realmente cambiar; algunas veces dice que «el pueblo es malo» y es al pueblo al que desea «reformar»; otras veces él quiere decir «mejorar» las condiciones. No cree en la abolición completa del mal. Suprimir algo que está podrido es «demasiado radical» para él. «Por todos los santos», te previene, «no te precipites demasiado» quiere cambiar las cosas gradualmente; poco a poco. Considera la guerra, por ejemplo. El reformador admite, por supuesto, que la guerra es mala; es un asesinato al por mayor, una mancha sobre nuestra civilización. ¿Pero abolirla? ¡Oh no! Él quiere «reformarla». Quiere «limitar los armamentos»; por ejemplo. Con menos armamento, dice él, mataremos menos gente. Quiere «humanizar» la guerra, hacer la matanza más decente, por así decir.

Si tú pusieras en práctica sus ideas en tu vida personal, nunca te sacarían el diente podrido que te causa dolor. Te lo sacarían un poco hoy, otro poco la semana que viene, y así durante meses o años, y entonces estarías en condiciones de sacártelo del todo, de modo que así no te haría mucho daño. Esa es la lógica del reformador. «No te apresures demasiado», no te saques inmediatamente un diente malo.

El reformador piensa que puede mejorar a la gente mediante la ley, «aprueba una nueva ley», dice siempre que algo va mal; «obliga a los hombres a ser buenos».

Olvida que durante centenares e incluso millares de años, se han hecho leyes para forzar al pueblo a «ser bueno», y que, sin embargo, la naturaleza humana sigue siendo más o menos lo que siempre fue. Tenemos tantas leyes que incluso el abogado proverbial de Filadelfia se pierde en si laberinto. La persona ordinaria tampoco te puede decir qué es correcto e incorrecto de acuerdo con lo estatuido, qué es justo, qué es verdadero o falso. Una clase especial de personas, los jueces, deciden lo que es honesto o deshonesto, cuándo está permitido robar y de qué manera, cuándo el fraude es legal y cuándo no lo es, cuándo el asesinato es correcto y cuándo es un crimen, qué uniforme te da derecho a matar y cuál no. Se necesitan muchas leyes para determinar todo esto y durante cientos de años los legisladores han estado ocupados componiendo leyes (con un buen salario) e incluso actualmente necesitamos todavía más leyes, pues las otras leyes no han conseguido hacernos «buenos».

Sin embargo, el legislador continúa obligando a la gente a ser buena. Si las leyes existentes, dice, no te han hecho mejor, entonces necesitamos más leyes y unas leyes más estrictas. Unas condenas más fuertes disminuirán el crimen y serán un preventivo contra él —según pretende—, mientras que apela en favor de su «reforma» a los mismos hombres que le han robado al pueblo la tierra.

Si alguien ha matado a otro en una disputa de negocio, por dinero y otras ventajas, el reformador no admitirá que el dinero y el conseguir dinero suscite las peores pasiones y empuje a los hombres al crimen y al asesinato. Argüirá que quitarle voluntariamente la vida a otro merece la pena capital y ayudará directamente al gobierno a enviar hombres armados a algún país extranjero para efectuar una matanza en gran escala allí.

El reformador no puede pensar con franqueza. No entiende que si los hombres actúan con maldad es porque piensan que les trae cuenta actuar así. El reformador dice que una ley nueva cambiará todo eso. Él es un prohibicionista de nacimiento; desea prohibirles a los hombres que sean malos. Si, por ejemplo, un hombre ha perdido su empleo, se siente abatido por ello se emborracha para olvidar sus penas, el reformador no pensaría en ayudar al hombre a que encuentre trabajo. No; lo que hay que prohibir es la bebida, insiste él. Piensa que ha reformado sacándote del salón del bar y metiéndote en la celda, donde sigilosamente te entregas al sentimentalismo a la vil luz de la luna, en lugar de tomar abiertamente un trago. Del mismo modo, él desea reformarte en lo que tú comes y haces, en lo que piensas y sientes.

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