XXVIII. Los principios de la práctica

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El objetivo principal de la revolución social tiene que ser la mejora inmediata de las condiciones para las masas. El éxito de la revolución depende fundamentalmente de ello. Esto se puede conseguir solamente mediante la organización del consumo y de la producción, de modo que redunde en beneficio real de la población. Ahí se encuentra la mayor y de hecho la única, seguridad de la revolución social. No fue el ejército rojo el que venció la contrarrevolución en Rusia; fue el aferrarse los campesinos a más no poder a la tierra que habían cogido durante la sublevación. La revolución social tiene en ganancias materiales para las masas, si va a vivir y a progresar. El pueblo en general tiene que estar seguro de la ventaja actual de sus esfuerzos, o al menos mantener la esperanza de una ventaja así en un futuro próximo. La revolución está condenada si depende para su existencia y defensa de medios mecánicos, tales como la guerra y los ejércitos.

La seguridad real de la revolución es orgánica; es decir, es una seguridad que se encuentra en la industria y en la producción.

El objetivo de la revolución es asegurar más libertad, incrementar el bienestar material del pueblo. El objetivo de la revolución social en particular, es capacitar a las masas mediante sus propios esfuerzos a producir las condiciones de bienestar material y social, a elevarse a niveles más altos moral y espiritualmente.

En otras palabras, es la libertad lo que tiene que establecer la revolución social. Pues la verdadera libertad se basa en la oportunidad económica. Sin ella toda la libertad es un engaño y una mentira, una máscara para la explotación y la opresión. En su sentido más profundo la libertad es hija de la igualdad económica.

El objetivo principal de la revolución social es, por consiguiente, establecer una libertad igual sobre la base de una oportunidad igual. La reorganización revolucionaria de la vida debe proceder inmediatamente a asegurar la igualdad de todos económica, política y socialmente.

Esa reorganización dependerá, ante todo y sobre todo, de la completa familiaridad de los trabajadores con la situación económica del país: de un inventario completo de las provisiones, de un conocimiento exacto de las fuentes de materias primas y de la organización adecuada de las fuentes de trabajo para una dirección eficiente.

Esto supone que la estadística y las asociaciones inteligentes de los trabajadores son necesidades vitales de la revolución, al día siguiente después del levantamiento. El problema entero de la producción y distribución — la vida de la revolución — está basado en eso. Es obvio, como lo señalamos antes, que los trabajadores tienen que adquirir este conocimiento antes de la revolución, si esta última va a realizar sus objetivos.

Por esta razón son tan importantes los comités de taller y de fábrica, de los que tratamos en el capítulo anterior, y desempeñarán un papel tan decisivo en la reconstrucción revolucionaria.

Pues una nueva sociedad no nace repentinamente, como tampoco lo hace un niño. La nueva vida social se gesta en el cuerpo de la vieja, lo mismo que la nueva vida individual lo hace en el seno materno. Se requiere tiempo y determinados procesos para desarrollar esto, hasta que se convierta en un organismo completo capaz de funcionar. Cuando se ha alcanzado ese estadio, tiene lugar el nacimiento con angustia y dolor, tanto social como individualmente. La revolución, para utilizar un dicho trillado pero expresivo, es la partera del nuevo ser social. Esto es verdad en el sentido más literal. El capitalismo es el padre de la nueva sociedad; el comité de taller y de fábrica, el sindicato con conciencia de clase y fines revolucionarios, es el germen de la nueva vida. En ese comité de taller y en ese sindicato el trabajador debe adquirir el conocimiento de cómo manejar sus asuntos; en ese proceso llegará a darse cuenta de que la vida social es una cuestión de organización adecuada, de esfuerzo unido, de solidaridad. Llegará a comprender que no es el mandar y dirigir a los hombres, sino la libre asociación y el trabajar armoniosamente juntos, lo que realiza las cosas, que no es el gobierno y las leyes lo que produce y crea, lo que hace crecer el trigo y girar las ruedas, sino la concordia y la cooperación. La experiencia le enseñará a sustituir el gobierno de los hombres por la administración de las cosas. En la vida y en las luchas diarias de su comité de taller el obrero tiene que aprender cómo conducir la revolución.

El  ABC del comunismo libertarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora