XXIX. Consumo e intercambio

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Consideremos en primer lugar la organización del consumo, porque el pueblo tiene que comer antes que pueda trabajar y producir.

«¿Qué entiendes tú por la organización del consumo?», pregunta tu amigo.

«Supongo que se entiende el racionamiento», anotas tú.

Yo también lo veo así. Por supuesto, cuando la revolución social se haya organizado completamente y la producción esté funcionando normalmente, habrá lo suficiente para todos. Pero en los primeros estadios de la revolución, durante, el proceso de reconstrucción, tenemos que preocuparnos de realizar el suministro al pueblo lo mejor que podamos y de un modo igual, lo que supone racionamiento.

«Los bolchevique no tuvieron un racionamiento igual», interrumpe tu amigo. «Ellos tuvieron diferentes clases de racionamiento para las diferentes personas».

Así ocurrió y ese fue uno de los grandes errores que cometieron. El pueblo se resintió de eso como de algo injusto, y provocó la irritación y el descontento. Los bolcheviques tenían una clase de racionamiento para el marino, otra de más baja calidad y cantidad para el soldado, una tercera para el trabajador cualificado, una cuarta para el no cualificado; otra ración igualmente para el ciudadano medio, y otra todavía para el burgués. Las mejores raciones eran para los bolcheviques, los miembros del partido, y había raciones especiales para los funcionarios y comisarios comunistas. Hubo un momento en que había hasta catorce raciones diferentes de alimento. Tu propio sentido común te dirá que fue absolutamente equivocado. ¿Era correcto discriminar entre la gente del pueblo porque fueran agricultores, mecánicos o intelectuales, en lugar de ser soldados o marinos? Tales métodos eran injustos y depravados: crearon inmediatamente la desigualdad material y abrieron la puerta al abuso de posición y al oportunismo, a la especulación, al soborno y a la estafa. También estimularon la contrarrevolución, pues los que eran indiferentes o no amigos de la revolución se amargaron por la discriminación y, por ello, se convirtieron en una presa fácil para los influjos contrarrevolucionarios.

Esta discriminación inicial y muchas otras que siguieron no estaban dictadas por las necesidades de la situación, sino únicamente por consideraciones de partido político. Habiendo usurpado las riendas del gobierno y temiendo la oposición del pueblo, los bolcheviques trataban de fortalecerse en los puestos gubernamentales buscándose los favores de los marinos, los saldados y los obreros. Pero mediante estos medios consiguieron tan sólo crear la indignación y enfrentar a las masas, pues la injusticia del sistema era demasiado clamorosa y obvia. Además, incluso la «clase favorecida», el proletariado, se sintió discriminado negativamente, pues se les daba a los soldados mejores raciones. ¿No era el obrero tan bueno como el soldado? ¿Podría el soldado luchar por la revolución -argüía el hombre de la fábrica-, si no le suministrara municiones el obrero? El soldado, a su vez, protestaba de que el marino consiguiese más. ¿No valía él tanto como el marino? Y condenaban los racionamientos especiales y los privilegios concedidos a los miembros del partido bolchevique y, particularmente, las comodidades e incluso lujos que disfrutaban los funcionarios superiores y los comisarios, mientras que las masas sufrían privaciones.

El resentimiento popular ante tales prácticas lo expresaron impresionantemente los marinos de Kronstadt. Fue a mitad de un invierno extremadamente crudo y cargado de hambre, en marzo de 1921, cuando un mitin masivo y público de los marinos resolvió unánimemente renunciar voluntariamente a sus raciones extra en favor de la población menos favorecida de Kronstadt e igualar los racionamientos en toda la ciudad. Esta acción revolucionaria verdaderamente ética expresó el sentimiento general contra la discriminación y el favoritismo y dio una prueba convincente del sentido profundo de justicia inherente a las masas.

Toda la experiencia enseña que lo justo y lo honrado es al mismo tiempo también lo más sensato y práctico a la larga. Esto es igualmente verdad, tanto de la vida individual como de la vida colectiva. La discriminación y la injusticia son particularmente destructoras en la revolución, porque el espíritu mismo de la revolución ha nacido del hambre de equidad y justicia.

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