«¿Qué hay sobre la producción?», preguntas. «¿Cómo hay que dirigirla?»
Ya hemos visto los principios que deben servir de base a las actividades de la revolución si ha de ser social y cumplir sus fines. Los mismos principios de libertad y cooperación voluntaria tienen también que dirigir la reorganización de las industrias.
El primer efecto de la revolución es una producción reducida. La huelga general, que he predicho como el momento inicial de la revolución social, constituye ella misma una suspensión de la actividad laboral. Los trabajadores dejan sus herramientas, se manifiestan por las calles y de este modo se para temporalmente la producción.
Pero la vida sigue. Las necesidades esenciales del pueblo deben ser satisfechas. En ese estadio la revolución vive de las provisiones ya existentes. Pero agotar esas provisiones sería desastroso. La situación se encuentra en manos de los trabajadores, la inmediata reanudación de la actividad laboral es imperativa. El proletariado organizado, agrícola e industrial, toma posesión de la tierra, las fábricas, los talleres, las minas y las empresas. La consigna tiene que ser ahora la dedicación más enérgica.
Habría que comprender claramente que la revolución social necesita de una producción más intensa que bajo el capitalismo, para poder atender las necesidades de las grandes masas que hasta entonces han vivido en la penuria. Esta mayor producción se puede conseguir tan sólo si los trabajadores se han preparado previamente para la nueva situación. La familiaridad con los procesos de la industria, el conocimiento de las fuentes de abastecimiento y la determinación de triunfar, realizarán la tarea. El entusiasmo generado por la revolución, las energías liberadas y la iniciativa estimulada por todo ello, tienen que dar plena libertad y esfera de acción para encontrar canales creadores. La revolución siempre despierta un elevado grado de responsabilidad. Junto con la nueva atmósfera de libertad y fraternidad, crea la realización que necesita un trabajo duro y una severa autodisciplina para poner la producción a la altura de las exigencias del consumo.
Por otra parte, la nueva situación simplificará grandemente los problemas actuales muy complejos de la industria. Pues tienen que considerar que el capitalismo, a causa de su carácter competitivo y sus intereses contradictorios financieros y comerciales, implica muchas cuestiones intrincadas y perplejas que quedarían enteramente eliminadas mediante la abolición de las condiciones actuales. Las cuestiones de las escalas de salarios y de los precios de venta, las exigencias de los mercados existentes y la caza por nuevos mercados, la escasez de capital para grandes operaciones y el fuerte interés que hay que pagar por él, las nuevas investigaciones, los efectos de la especulación y del monopolio, y una serie de problemas relacionados que preocupan al capitalismo y que convierten a la industria actualmente en una red difícil y molesta, todo esto desaparecería. En la actualidad, estas cuestiones requieren diversos departamentos de estudio y hombres muy especializados para mantener desenmarañada la enredada madeja de los entrecruzados objetivos de la plutocracia, y requieren muchos especialistas para calcular la situación actual y las posibilidades de ganancia y pérdida, y una considerable serie de ayudas para contribuir a mantener el barco industrial entre las rocas peligrosas que obstruyen el curso caótico de la competencia capitalista, nacional e internacional.
Todo esto se suprimirá automáticamente con la socialización de la industria y la conclusión del sistema de competencia; y de este modo los problemas de la producción se aliviarán inmensamente. La enmarañada complejidad de la industria capitalista no necesita por eso inspirar un temor indebido al futuro. Los que hablan de que los trabajadores no están a la altura para manejar la industria «moderna», no consiguen tener en cuanta los factores referidos antes. El laberinto industrial resultará menos formidable el día de la reconstrucción social.
De paso se puede mencionar que todos los otros aspectos de la vida quedarán mucho más simplificados como resultado de los cambios indicados; caerán en desuso hábitos, costumbres, y modos de vida actuales forzados y malsanos.
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El ABC del comunismo libertario
Non-FictionEl ABC del comunismo libertario es una de las obras fundamentales para comprender el anarquismo. En un lenguaje claro y directo, Alexander Berkman nos muestra los grandes males de la sociedad: el trabajo asalariado, el Estado, la religión, la guerra...