Capítulo 48: Suficiente

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La lluvia caía golpeando la ventana, dejando gotas que resbalaban por el vidrio y se unían a otras, formaban carreras y terminaban empapando las orillas. El calor de los días pasados había dado efecto en ese día lluvioso.

Anyara veía distraída esa escena, sentada en su cama contemplaba el agua impactar contra su ventana mientras pensaba en su siguiente movimiento. Habían pasado dos días desde todo lo ocurrido con Dian y el asunto de su número telefónico, y ella no podía simplemente quedarse de espectadora justo estaba viendo la lluvia ahora, no cuando su amiga estaba en problemas.

Lo sabía, era algo tan obvio. Lo veía en Dian, cada que la cachaba viendo su celular con indecisión, o cuando se quedaba con la mirada en la nada, enterrada en sus pensamientos. Se preguntaba qué tanto procesaba, y cuando se lo cuestionaba, ella negaba y decía que en puras tonterías.

Pero nunca las tonterías tenían a alguien tan preocupada como se reflejaba en ella.

Trataría de retomar una vez más el tema.

Pero de momento, no sería posible, pues estaban en una librería junto a Lía, aunque eran la única que compraría, Dian, Mich y ella sólo la acompañaban. Era una buena excusa para verse.

—Dios, me siento tan pobre— se quejó Michelle, viendo los precios de los libros frente a ella. Entonces se giró a Anyara—. ¿No le puedes decir a Isaza que le pida a Emilia que me consiga unos libros digitales? Si encontró una contraseña de Wi-Fi dudo que no pueda descargarme unos PDFs gratis para disminuir mi miseria.

Lía las miró sin comprender.

—¿Por qué ella?— su tono sonó más interesado, y el anterior brillo que sus ojos destilaban al ver los libros, aminoró.

Isaza le había contado de Emilia y su sorprendente destreza para la informática. Anyara no tardó de hablarles de ello a Mich y Dian, pero Lía no estaba enterada. Lo único que sabía de la chica de ojos azules, era su nombre y su extraño vínculo con Juan Pablo. Y a pesar de tener sólo ese par de datos, Lía únicamente había mostrado indiferencia hacia ella, casi antipatía.

Claro, hasta ese momento.

Pues que Lía desplazara su vista de las estanterías rebosantes de libros perfectamebte ordenados (que era un hermoso pequeño paisaje) hacia ellas para interrogarlas, era como la muestra más grande de curiosidad que podía dar.

—Emilia es una especie de hacker— informó Dian, que leía los títulos de la sección de fantasía, algo alejada, pero no físicamente—. Consiguió la clave del internet de un establecimiento desde la computadora de Martín.

Pero si Lía se impresionó, no lo manifestó. Eb vez de eso, su ceño se frunció, y contestó casi con desdén para regresar su atención a los libros.

—Guau.

—¿Te enojaste?— cuestionó Anyara, escrutando a su amiga con detenimiento. Fue muy repentino ese cambio de humor en Lía.

—No, sólo... creo que me cansé— tomó dos de los libros que de la había pasando analizando—. Me llevaré estos. Quiero irme a mi — dicho eso, caminó sin más a la caja registradora. Sus amigas la siguieron confundidas por su abrupta decisión.

—Lía— la llamó la castaña.

La joven ya estaba pagando cuando la alcanzaron. Tomó sus libros y los metió en una bolsa de tela que traía consigo. No esperó tampoco para responder sus llamados, fue directo a la salida.

Repitieron su nombre.

Ella no se detuvo.

—No quiero lidiar con esto— les dijo todavía sin voltear.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora