Prólogo

437 36 9
                                    

— ¡Anyi, esperaaa!— exclamaba Dian, mientras Anyara la llevaba de la mano a preguntar a una de las personas encargadas de la exhibición de historia en el museo.

— Vamos a preguntaaaar, Dian, para eso están ellos.

— Pero les quieres preguntar si les gusta más el cereal con leche o leche con cereal.

— Suena divertido.

— Y tú suenas a L.

Su amiga soltó una carcajada.

— Es que imagínate.

— Sí, Anyi, pero mis padres ya deben de estar buscándonos. Vamos con ellos. Sabes cómo son, si en cinco minutos no nos ven, llamarán a la policía.

— Y a las fuerzas armadas del país.

— ¡Exacto! Vámonos, anda— insistía la azabache, haciendo lo posible por ser ahora ella la que dirigiera a Anyara a su destino.

— Ay, está bien. Tarde o temprano harás otro ridículo, jajaja y sin mi ayuda.

— Ya llevo dos ridículos en la semana, no invoques otro más.

— Y es martes.

— No ayudas.

— Aaayyy, ya, está bien me callo, pero no digas que no te lo advertí.

— Como tú digas— contestó ella, dando la vuelta para ir hacia donde sus padres las esperaban.

Pero fue justo en ese momento cuando otra persona venía de camino en dirección contraria, por lo tanto, chocaron. El sujeto traía consigo varios trípticos en las manos, los cuales cayeron al suelo al impactarse con la chica.

— ¡Ay, lo siento!— se disculpó Dian, hincándose para ayudar a la persona a recoger lo que tiró.

Anyara rio bajito, viendo la escena divertida. Se lo había dicho.

El chico con el que había chocado también estaba recogiendo lo que antes traía en manos.

— No importa— dijo afablemente.

Entonces, al querer levantar un tríptico más, ambos coincidieron en elegir el mismo, por lo que sus manos rozaron, pero las apartaron al instante.

— Te lo dijee— susurró Anyi, aunque lo suficientemente fuerte como para que su amiga oyera y rodara los ojos.

— Toma— habló Dian, tendiéndole a ese chico lo que había recogido.

— Gracias— él esbozó una sonrisa, y hay que decir que era encantadora. Recibió lo que ella le daba.

— No hay de qué, yo tiré todo— respondió nerviosa, e igual le devolvió la sonrisa.

— Siendo honestos, tal vez fue mi intención— respondió, volviendo a iluminar su rostro y haciendo que unos hoyuelos le hicieran compañía.

Dian no lo notó, pero se ruborizó levemente.

— Lo mío es ya más como costumbre que otra cosa.

Sus palabras causaron una corta y baja risa de ese chico con sonrisa de artista.

— ¿Cómo te llamas?— preguntó de repente aquel simpático extraño.

— Dime Dian. ¿Y tú? — replicó ella, al tiempo que él extendía su mano para presentarse. La chica, al tomarla, sintió el frío de algo en su mano, metálico. Observó, y sí, se trataba de un anillo, y de color negro.

Le tocaba a él.

— César.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora