Capítulo 43: Rumores

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-Odio los trabajos en parejas.

-Te tocó conmigo, Jesús.

-Con más razón.

Dian le dio un codazo a su amigo. Ambos iban saliendo de la universidad, cansados, y con la certeza de que el resto del día se la vivirían estudiando.

Caminaron juntos hasta llegar a una esquina, Mía pasaría por Jesús, algo que sucedía cuando la joven-le contó él-estaba libre. Pronto, un coche rojo se estacionó frente a ellos y una chica de bonito pelo liso se dejó ver al bajar el vidrio de la ventana.

-Taxi gratis-su dulce y risueña voz sonó desde el interior del vehículo.

-Dios bendiga el día en el que nos hicimos pareja-el chico se dio la vuelta para subir al asiento del copiloto.

Mía siguió con la mirada a Jesús por unos segundos hasta volverlos de vuelta a Dian. No perdía su afable sonrisa.

-¡Hola, Dian!

-Hola, Mía-imitó su gesto.

-¿Gustas que te llevemos de nuevo?

-Ya iba a decirlo yo-habló el chico rápidamente, como si estuviera evitando que Mía le recriminara que no hubiera invitado a Dian antes.

-¿No los molesto?

-Por supuesto que no. Anda, súbete.

La chica hizo caso y subió a los asientos traseros, se puso el cinturón y el auto arrancó.

-¿Y? ¿Cómo les fue?- preguntaba como una mamá a sus hijos.

-Mal-respondieron al unísono. Mía soltó su peculiar y contagiosa risa.

Dian simplemente no comprendía cómo es que esas dos personas pudieran estar comprometidas. Veía a Mía y sólo encontraba sol, risas y colores; luego se giraba a Jesús y hallaba lluvia, muecas y tonos oscuros. Mientras Mía no soltaba su sonrisa, el chico no cambiaba su serio semblante. Eran como una brisa cálida de primavera y una ráfaga de frío en invierno.

Los polos opuestos se atraen, simple.

-Felicidades, Mía, por cierto-felicitó la azabache con una sonrisa que le fue contagiada por la conductora.

-¡Muchas gracias!

Dian juró ver por el espejo a Jesús sonrojarse.

-Muéstrale el anillo-dijo el chico a la joven. La sombra de una carcajada se asomaba en sus labios.

La castaña aprovechó el alto para dirigir sus manos a su cuello, instantes después le tendió lo que parecía ser un collar a Jesús para que se lo mostrara a la azabache. El chico se inclinó hacia atrás y tomando el accesorio lo soltó para que Dian lo observara. Al tenerlo más de cerca, la chica vio que en realidad era una cadena que sostenía un anillo.

-¿No te quedó?

Ella negó, pero no paraba de sonreír.

-¡El anillo se encogió! No es culpa mía-habló Jesús, serio, pero su tono demostraba que trataba de sonar divertido.

-No importa, amor, el chiste es que me casaré con la persona más maravillosa de todas-le respondió la joven, tocando momentáneamente la rodilla de su prometido.

-Creí que habías sido tú el que le pidió matrimonio, Jesús.

Mía creó una vez más una peculiar risa ante las palabras de Dian, y, aunque tratara de evitarlo, Jesús también.

-Idiota-masculló el chico con una sonrisa nada forzada, deleitándose con las carcajadas de la chica con la que planeaba pasar el resto de sus días, por más que le costara confesarlo en voz alta.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora