Capítulo 2: Tacto

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Dian

Caminó hacia el final de aquel pasillo hasta toparse con las escaleras, no utilizaría el ascensor, entre más tardara en llegar, mejor. Subió un piso, dos, entonces llegó a su destino: la azotea del edificio. No se le había ocurrido otro sitio en el cual pensar.

El lugar la recibió con una ráfaga de aire que alborotó su cabello castaño, que por cierto, ya estaba más corto, y eso gracias a un accidente. No había sido hace mucho, de hecho se trata de un recuerdo de hace unas tres semanas. Un recuerdo fresco en su memoria. Así de fresco como el silicón caliente en su cabello después de que Villa tropezara y la cubriera de aquella sustancia pegajosa y caliente en vez de a la esfera de Navidad rota que Dian le tendía.

Aaah, bellos momentos.

Ni ese desternillante recuerdo logró que le naciera una sonrisa.

La noche no estaba en silencio, y era obvio a juzgar por la fecha. Aun así, prefería ese lugar al departamento, a pesar del gélido aire que rápidamente endureció sus manos. Las metió en sus bolsillos.

Inhaló y exhaló de ese frío aire, mientras daba pasos hacia el barandal en las orillas de la azotea, quería ver un poco de ese nocturno paisaje urbano.

No se acercó demasiado, ni puso sus manos en él, sólo observaba.

Cerró los ojos por unos instantes, dejando que sus tímpanos fueran los únicos testigos de los fuegos artificiales, no estaban muy lejos de ahí.

Frunció un tanto el ceño al escuchar tal estruendo. Ahora sí, no puedo evitar colocar una de sus manos en el barandal, estaba helado.

Abrió los ojos, y bajó la mirada, lo que vio sí que le sacó una sonrisa: rodeando el barandal de toda la terraza, siendo lo que diferenciaba a ese edificio del resto, estaban presentes esos rosales que Villa había plantado para pedirle a Dian que fuera su novia.

Ay, Juan Pablo.

Cuánto lo amaba. Diablos. Lo amaba demasiado, plenamente, y con todo su ser.

Y lo necesitaba más que nunca.

La incertidumbre de lo que ocurriría mañana la carcomía, y no paraba. No quería sentir miedo, pero ¿cómo se deshacía de él? Aaayyyyy en primera: ¿por qué rayos lo sentía? ¡No tenía razones! ¡Ya lo había superado!

...

¿Por qué estaba... aterrada?

Jamás se había sentido así. Sólo tenía ganas de hacerse bolita y que el tiempo se detuviera, que jamás amaneciera.  Que esa madrugada se hiciera eterna.

Pero no se podía, no era posible. Por más que anhelara que esa oscuridad permaneciera y la protegiera del cercano futuro, tarde o temprano llegaría, y se enfrentaría a él.

Volvió a cerrar los ojos, pero ahora con fuerza, reprendiéndose por haber contestado esa llamada. Aunque, de una u otra manera, hubiera terminando enterándose... y viéndolo.

Diabloooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooos

Aaaaaagggghhhh— exclamó.

El viento volvió a soplar, sus mechones castaños cubrieron su rostro momentáneamente.

Dio unos pasos atrás, alejándose del barandal y dejándose caer al suelo (ya no le importaba dónde fuera que se sentase). Cruzó las piernas y colocó los codos en las rodillas, para después poner las manos en las mejillas y casi enterrar las uñas en ellas.

Bufó por fastidio a sus propios miedos.

Ahora pasó las manos a sus ojos, cubriendo su rostro.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora