Capítulo 8: Sin ti

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Villa

El regreso no fue incómodo, nunca lo era, pero sí silencioso, y con sus razones.

Villa ya estaba tranquilo, pero entendía y sabía que debía darle espacio a Dian. Se moría de ganas de abrazarla, de acariciar su mejilla y decirle que nada malo sucedería de ahora en adelante, que la calma siempre llega después de la tormenta. Pero por ahora no.

De camino al hospital todo había sido distinto, la cabeza de Dian recargada en su hombro y él sosteniendo su mano; ahora, ella se encontraba del otro lado del asiento. No alcanzaba a ver lo que hacía con las manos, pero las miraba atenta en su regazo. Había sentido cómo lo miraba de reojo, una que otra vez y efímeramente.

No, Dian, no apartes la mirada.

Sólo quería abrazarla y estar con ella. Pero perfectamente sabía que llegando al departamento preferiría estar sola.

Y no quería que estuviera sola.

Nunca le había agradado César, no tenía motivos para que fuera de su agrado. Todo lo contrario.

Ahora simplemente no lo soportaba.

Jamás había sentido tanta ira, jamás en toda su vida. Además, vio de lo que era capaz de hacer estando enojado. De lo que era capaz de hacer por Dian.

De nuevo la punzada en su abdomen al acordarse de que quería abrazarla.

Quería que le contara cada cosa que sentía. Quería hablar con ella, necesitaba hacerlo.

La "plática" con César sí los había afectado, pero no se refería a individualmente, sino que a ambos, como pareja. Esperaba que por poco tiempo.

Narrador omnisciente

Bajaron del taxi entre un par de palabras que se dieron. Ambos detestaban sentirse así.

Subieron al departamento sin recordar a los amigos que habían dejado.

— Pasa— le dijo Villa luego de que abriera la puerta. Ella le respondió con una media sonrisa y haciéndole caso.

Él trató de devolverle la sonrisa. La pareja pasó y les sorprendió ver que todo estaba ordenado y tranquilo. Conociendo a sus amigos y dejándolos solos, un desastre debía de haber sido lo que los esperaba.

Villa resopló, se sentía cansado, y no sólo físicamente.

Entonces oyeron unos pasos provenientes del pasillo. Michelle y Simón aparecieron.

— Ya llegaron— dijo Simón.

— ¿Y los demás?— soltó el oijiverde, antes de siquiera saludar, pero ni a L o a el chico de gafas les importó esta vez.

— Marto convenció a Anyara para ir por helado. Ya casi han de llegar. Les dije que trajeran para todos, no me agradezcan.

— ¿E Isaza?— preguntó el banjista conteniendo sus ganas de acercarse más a Dian.

— ¿Me buscaba, mi lord?— habló el mencionado, abriendo la puerta detrás de él.

Dian y Villa voltearon al instante y ahí estaba Isaza con una gorra puesta hacia atrás, se había dejado crecer un poco más su cabello desde los últimos meses.

— ¿Cómo les fue en lo que habían hecho?

Milagro que Dian ocultara su odio a las mentiras.

— Ah, muy bien— respondió, fingiendo una sonrisa, al igual que Villa.

— ¿A dónde fueron?— cuestionó Simón, acomodando sus gafas.

Dian titubeó.

— A ver a mis padres— oró para que sonara convincente.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora