Capítulo 30: De cristal

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👽Martín👽

Él y Anyara acababan de almorzar, el inicio de ese día indicaba que todo saldría bien, que el brillante sol que resplandecía en el cielo y calentaba sus cabezas no estaba sólo para ilusionarlos.

La alegría se enredaba en sus piernas y se aferraba a su pecho, anclándolo a un estado pleno de paz; una isla en medio del mar que sólo era habitada por ellos dos.

Pasaron toda la mañana de su aniversario juntos, y aunque juraron despertarse temprano para disfrutar de cada segundo del día, abrieron los ojos poco antes de dar las diez. Anyara presionó el "pm" en vez del "am". Igualmente fue increíble.

Caminaron, rieron, hablaron y se enamoraron un 1.2% más de lo que ya. Es sorprendente cómo una persona te puede llevar a otro mundo sin siquiera despegar los pies del suelo.

Las horas emprendieron un vuelo veloz, el sol se rendía y ellos fueron directo a la casa de Isaza. Martín no dijo una mentira, sólo que harían una parada rápida en la casa de su amigo, y la chica no hizo preguntas. Excelente.

Con cada paso que daba, sus nervios corrían más.

👽👽👽

Llegaron al edificio, bajaron y subieron hasta el piso donde su amigo residía. El baterista ya sentía sus rodillas flaquear. Tocó la puerta dos veces.

Escucharon pisadas rápidas, una caída, y a Isaza maldecir, pero en seguida la puerta fue abierta. Juan Pablo bien podía haber sido el reemplazo del sol con la sonrisa que portaba, aunque sus ojeras resaltaban casi con la misma potencia. Traía puesto un gorro color rojo que de su pelo sólo dejaba ver los casi perfectos rulos castaños.

— Hola hola, chicles— los saludó como si fueran los diálogos de un libreto bien ensayado.

— Hola, Isa— habló la chica, plantándole un beso en la mejilla.

— Quiubo, niña. Marto— hubo un abrazo incompleto y efímero con él—. Pasen.

El chico abrió la puerta, permitiéndoles el paso al departamento. Malta los recibió ladrando y meneando alegremente la cola.
— Felicidades, por cierto. ¿Cómo se la están pasando?

— Muy genial, aunque antes de almorzar nos estuvo persiguiendo un perro— habló Anyi, sentándose a lado de Isaza y rascando detrás de las orejas a Malta.

— Lo bueno es que fue antes y no después, nos habríamos detenido en las primeras tres cuadras— completó el baterista.

Isaza soltó una risita risueña.

— Me hubiera gustado ver eso... pero bueno. Ahhh tengo que ir con Su de nuevo para checar algo... de algo, ya saben...— miraba a Martín con interrogación, preguntándole qué debía hacer o decir a continuación; el menor hizo lo posible por hacerle entender que ya podía dejarlos solos—. Ajá, de algo.

— Bien, Isaza, pues vaya...— Anyara se empezó a confundir con ese modo indiscreto de hablar.

— Claro— se levantó del sofá y caminó a la puerta—. Regreso en... no sé, cuando crean conveniente— y salió.

— Ahhhh ¿qué fue eso?— preguntó ella.

— Ammm pues ya conoces a Isaza, soleil, siempre taaaan... tan él.

— De acuerdo...— Anyara sabía que esto no era una simple visita a la casa de Isaza. ¿Por qué estaban ahí si Juan Pablo se había marchado? Martín planeaba algo definitivamente—. Marto, en realidad, ¿para qué querías venir al departamento de Isaza? Está claro que no era para verlo a él.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora