Capítulo 40: Serendipia

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Continuaron hablando, brincando de un tema para otro sin percatarse de ello, ni del tiempo. Charlaron y charlaron hasta que la hora de que ambos de fueran hizo presencia. Sin embargo, algo que el castaño retenía tentaba con salir antes de que la distancia entre él y Emilia arribara.

Y no se contuvo más.

—¿Te cuento algo?

—¿Qué pasa?—contestó ella mientras metía la silla.

Isaza miró los brillantes ojos celestes.

—Te había visto antes. Un par de veces.

Las cejas de la joven se volvieron a juntar a presión de la confusión. El castaño prosigió ante ello.

—En Colombia te vi en un centro comercial y ayer en una tienda por la tarde.

Su semblante pasó a ser uno pensante, como si tratara de reproducir en su mente aquellos momentos mencionados y hallar a Isaza en cada uno. Finalmente, sonrió con suavidad.

—Ya veo por qué te me hacías conocido entonces. No recuerdo verte, pero tal vez lo hice y no presenté atención

—¿De verdad?

Las comisuras de los labios de Emilia de elevaron sin dejar a sus dientes formar parte de la sonrisa. Asintió con fervor.

—Y gracias por esto. Eres muy amable.

—No agradezcas. Ojalá nos volvamos a ver... aunque no me sorprendería.

Por un momento, la vista azulada se estancó en la nada y una risa se coló por sus delgados labios.

—¿Qué sucede?— cuestionó Juan Pablo, contagiándose un poco de la carcajada.

—Nada, es solo... me he acordado de una película donde pasa algo parecido a esto, es todo.

—¿Y de qué trata?

—De dos personas que se conocen y ...— de repente se sonrojó más de lo que ya— la chica era creyente del destino y que todo ocurría por una razón, entonces, para comprobar que debían continuar lo suyo, lo convence de entrar a un edificio, subir a distintos elevadores y, si ambos elegían el mismo piso... En fin, creo que el punto se entendió. También hizo que él anotara su número en un billete y ella escribió el suyo en un libro. Si el destino los quería juntos, los dos encontrarían los objetos y se reencontrarían. Se llama Serendipity.

—¿Serendipia? Tiene sentido.

Emilia asintió.

—Y tú... ¿quieres que hagamos eso?

—No, no, no—rio quedito ante la pregunta del castaño—. Sólo lo recordé.

—Es un enredo.

La ojiazul de encogió de hombros.

—Supongo que es la fe.

—¿En qué?

—En que lo que debe pasar pasará en su momento, sin importar qué. Si es el destino, llegará.

La sonrisa del chico se ensanchó... y una idea cruzó su mente. Analizó fugazmente las consecuencias, la reacción de Emilia.

Igual, sintiendo un hormigeo en las plantas de los pies, y un escalofrío en la espina dorsal, lo dijo...

🔮🔮🔮

—¡Acabé!— exclamó Martín, empujándose con sus piernas hacia atrás en su silla giratoria, alejándose del escritorio pero provocando que se cayera por la fuerza usada. Se oyó un fuerte golpe y un quejido—Auch.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora